Tomad y comed…

 

Las palabras que dijo Cristo por primera vez en la última cena, tienen eco hoy día en cada misa que celebran los sacerdotes: “Tomad y comed, porque esto es mi cuerpo”.

El milagro eucarístico, es el mayor sacramento que tiene la Iglesia, la transubstanciación es la conversión de las especies sacramentales, es decir, del pan en el cuerpo, y el vino en la sangre de Cristo, lo que cambia es la sustancia del pan y del vino; los accidentes -forma, color, sabor, etc.- permanecen iguales.

El milagro eucarístico es algo maravilloso visto con los ojos de fe, es real independientemente si se cree o no se cree, surte un efecto en las almas que comulgan con frecuencia.

Analicemos qué sucede con la actitud de las personas que comulgan, Dios no hace distinciones, se da a cada quien, no importa si eres pobre o rico, si eres culto o inculto, si eres pecador o santo, si eres niño o anciano, si eres hombre o mujer, todos podemos comulgar, él único requisito es creer: “Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed”. (Evangelio de San Juan 6, 35)

Otro aspecto que debemos tomar en cuenta, es la formación como católicos sobre este sacramento; cuantos saben el significado de lo qué es la misa, porque muchos piensan que la misa es bonita, que van a tal o cual misa porque el padre da “bonito” su sermón, entonces es momento de reflexionar, puesto que la misa no es un espectáculo.

Al asistir a la misa debemos considerar que es el momento más sagrado que tenemos, como dice el Papa Francisco: En Jesús, en su “carne”, es decir, en su concreta humanidad está presente todo el amor de Dios, que es el Espíritu Santo. Quien se deja atraer por este amor va hacia Jesús, y va con fe, y recibe de Él la vida, la vida eterna. Un don que no es “privado”, un don que no es “propiedad privada”, sino que es un don para compartir: es un don “para la vida del mundo”.

Ya como último me quedo con esta breve reflexión: Hay cristianos que son como esos cantos redondos de los ríos, que a lo mejor llevan años dentro del agua, pero se rompen y en su interior están completamente secos. La falta no está en el cristianismo sino en esos corazones que son como el de los judíos del evangelio: “han visto pero no han creído”.

Nada hemos de valorar tanto como este regalo de la fe. Por defender la fe, se da incluso la vida, como tantas veces ha ocurrido a lo largo de los siglos. Pero no nos sintamos solos. Cristo nos espera con los brazos abiertos, porque quien camina hacia Él por la fe, nunca será rechazado.

 

 

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