Columna | Tragar aceite

Por Jhonny Eyder Euán

Una tarde de estos días al ir rumbo a casa, me puse a leer un cuento de Antonio Ortuño, escritor tapatío, cuyo libro, “La vaga ambición”, reposa a diario en mi mochila.

Una historia de siete páginas que habla sobre un niño cuyos padres se separaron; el menor vive con su madre y el papá no puede acercársele ni de chiste. Sin embargo, el señor se las ingenió y se rapta al pequeño para llevárselo a otra ciudad, allí en Jalisco.

El niño es un futuro escritor que a su corta edad ya ganó un concurso de cuento en la primaria. Él y su padre llegan a una casa, donde los reciben una señora llamada Vicky Rivadeneira, quien pregunta ¿Y este señor, entonces, es el escritor premiado? —En referencia al pequeño—.

Y Ortuño, en su redacción de tan interesante relato, escribió que el menor — quien es el narrador— dijo: “Bajé la cabeza musité cualquier cosa. Mi madre lo llama traga aceite: hacer lo que no quieres y aguantarte”.

Antes de llegar a casa terminé el cuento, pero no entendí el desenlace porque me quedé en esas palabras conjuntas y su significado: “Tragar aceite: hacer lo que no quieres y aguantarte”. Yo creo que me enganché con esa oración porque sí pasa, y es tan común en la vida como el tránsito desquiciante en las grandes ciudades o el periodista que tiene que escribir sobre muertes e injusticias cuando hay temas más agradables.

No sé, quizás el estómago de Carlos Urzúa se hartó del aceite y por eso renunció a la Secretaría de Hacienda, y por eso redactó un diplomático comunicado que compartió en sus redes sociales.

Lo vuelvo a leer y me imagino que dice: “me permito comunicarle que he decidido renunciar porque ya no quiero seguir tomando aceite, o para que me entienda, no quiero seguir haciendo lo que no quiero.”

Ese mismo día otro funcionario renunció, y días después uno más. Hasta parece que, entre sus motivos, a todos les asqueó el sabor del líquido graso. Y eso le puede pasar a cualquiera, todos en algún momento pasamos por ese trago que se sirve a toda hora. A veces simplemente se nos acaba la marcha de lo que impulsamos. También así pudo pasarle al presidente norteamericano, Donald Trump, a quien posiblemente se le acabó la paciencia con los migrantes y decidió aplicar sus redadas de deportación.

De regreso al cuento, me enteré que el menor cayó en un panorama adverso, pero fue rescatado. Cuando vuelve a su casa se siente atacado por una luz y, entonces, Ortuño termina su historia como a veces comenzamos o finalizamos los días, con un sabor a aceite en la boca.

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