A mediados de los años sesenta, los flujos de visitantes a la península se concentraban en la ciudad de Mérida y en la isla de Cozumel; Cancún no estaba aún en el mapa
En la actualidad, la actividad turística es para Yucatán uno de sus principales pilares económicos. Por sus bellezas naturales, su gastronomía y la tranquilidad de la que se disfruta en la Tierra del Faisán y del Venado, el número de visitantes que reportan las autoridades en la materia sigue una tendencia a superar el 2019, cuando se vivió un año récord con la llegada de 3.2 millones de visitantes.
Para tener un punto de comparación, hace 52 años, en 1971, se reportó la llegada a la entidad de 344 mil 888 personas de las cuales, como a la fecha la mayoría, un 62% eran nacionales. Dicha cifra representaba un aumento del 16% en comparación con el año anterior, y un gran avance respecto al año de 1964 cuando visitaron Yucatán 116 mil 895 personas.
A mediados de los años sesenta, los flujos de visitantes a la península se concentraban en la ciudad de Mérida y en la isla de Cozumel, Cancún no estaba aún en el mapa, entonces, recuerda en una de sus obras Jorge Carlos Rosado Baeza, quien señala que el Hotel Mérida era considerado el mejor de la ciudad y los precios de sus habitaciones eran de 100 y hasta 135 pesos la noche.
En cuanto a su comedor, recuerda que a su chef Medina, quien fue muy famoso en la ciudad. Los libros guía recomendaban comer sopa de lima por seis pesos, carne asada por 16 pesos, pan de cazón a seis pesos y helado de guanábana también por seis pesos.
Los turistas eran invitados a realizar excursiones a las zonas arqueológicas como Uxmal y Chichén Itzá en automóviles, que hacían el viaje con paradas en puntos donde el conductor les mostraba aspectos de la vida cotidiana de los habitantes de los pueblos que se ubicaban en la ruta.
Zona Arqueológica
Hacia 1939, a bordo de un avión bimotor llegó a Mérida una funcionaria del gobierno federal, quien consignó que los 127 kilómetros que recorrió para visitar Chichén Itzá, eran tan malos que el auto en el que viajaba apenas podía avanzar a más de 20 kilómetros por hora.
El sitio arqueológico, se encontraba entre espesa vegetación, y las garrapatas ocasionaban a los visitantes una comezón intolerable, pero a pesar de esta situación quedaban maravillados por cada uno de los monumentos que tenían a la vista, como el Castillo, el Templo de los Guerreros, el Juego de Pelota, el Cenote Sagrado, el Observatorio y las Monjas, entre otros.
En esos tiempos tampoco existían las condiciones para que llegarán embarcaciones grandes, y según relata don Romeo Frias Bobadilla en su Monografía Histórica, Geográfica, Marítima y Cultural de Progreso, donde relata que los trasatlánticos como el “Oriente” y el “Moro Castle” se anclaban a ocho o diez millas frente al puerto para hacer sus operaciones.
En 1972, en periódicos de entonces, la noticia era el anuncio de la llegada de un crucero español llamado “Cabo Izarra”, con cerca de 200 turistas a bordo, los cuales por vez primera, dada las condiciones de la nave, podrían desembarcar en el muelle nuevo.
Anteriormente habían llegado otras embarcaciones de este tipo pero no pudieron atracar en el muelle debido a su calado. Aquel viaje fue inaugural y era parte de un proyecto para enlazar cada semana Galveston, Progreso y Cozumel.
Al igual que como ocurre en la actualidad, pero con barcos de más de 2 mil 500 pasajeros, a los visitantes se les ofrecían paseos por Mérida, Valladolid y zonas arqueológicas. Por la noche la embarcación continuaba su recorrido hacia Cozumel, el viaje era de seis horas.
La promoción de este tipo de excursiones a los viajeros que arribaban a Progreso, había comenzado muchos años atrás, y se considera pionero en esa actividad a Fernando Barbachano Ponce, quien desde la década de los años veinte, subía a los barcos fondeados frente al puerto para convencer a los viajeros para que fueran sus clientes. Con el tiempo Barbachano se convirtió en un magnate en el ramo.
Texto: Manuel Pool Moguel
Fotos: Archivo