Carlos Hornelas
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Aunque se dijo públicamente que el presidente, simbólicamente cedía el bastón de mando a la llamada hasta hoy coordinadora de la cuarta transformación, Claudia Sheinbaum, para que asumiera el liderazgo del partido y de las decisiones respecto a las designaciones en los candidatos a elección popular que contenderán el año siguiente, en los hechos se podría leer otra cosa.
Digamos que tanto la coordinadora como muchos otros más se han ido con la finta. Y en esto el primer mandatario es especialista. Simbólicamente anuncia algo que en los hechos no ocurre. En su universo simbólico, además de haber entregado el bastón de mando, México goza con un sistema de salud de primer mundo, un tren maya, una refinería en operaciones, un aeropuerto internacional asequible y un tren transístmico, lo que pasa es que la terca realidad le agüita la fantasía.
La candidatura de Clara Brugada por la CDMX ha resultado un sapo difícil de digerir para Sheinbaum. Si de por sí, su candidatura no levanta ninguna pasión y llena los estadios de aire, aquí se pueden tener dos lecturas de lo ocurrido. La primera, que tiene que ver con que, ni con todo el aparato en su poder, fue capaz de generar ni la convocatoria ni la fuerza para impulsar a su campeón para llevarlo al terreno de combate.
Esto sería una pena porque entonces demostraría que sin el espaldarazo de AMLO no tiene operadores políticos ni redes de colaboradores propios en quienes apoyarse, es decir, que fuera del apoyo moral de López Obrador no tiene nada. Eso preocupa porque finalmente su trabajo como candidata y eventualmente como presidenta tendría mucho que ver con ese arrastre que hasta ahora ha logrado Morena a partir de la figura emblemática de su líder.
La otra lectura que podría darse es que más bien Claudia terminó por cuadrarse ante los deseos de su jefe y en ese caso, aunque se le haya transferido el bastón de mando, el acto simbólico solo fue una finta y revela hasta dónde podría influir el inquilino de Palacio Nacional en la política posterior a su mandato.
La otra finta también se refiere a algo que no ha pasado, pero que se ha vendido como un hecho consumado. Algo así como cuando se rifó un avión cuyo ganador no recibió: una finta. Se anunció por parte del titular del poder ejecutivo que el monto de los fideicomisos que acaban de extinguirse, que pertenecían al poder judicial se ocuparía para la reconstrucción del puerto de Acapulco, así como para ayuda a los damnificados.
De primera instancia pareciera una iniciativa loable, no obstante, también es una finta, un truco de mago. Por varias razones. La primera de las cuales es que el Poder Ejecutivo no tiene potestad para decidir a dónde pueden encauzarse los fondos puesto que ese poder no es competente para tomar tales decisiones, de acuerdo con la Constitución.
Un ciudadano puede hacer lo que sea hasta donde la ley le permita. Un funcionario no puede hacer más allá de lo que la ley le faculta. En este sentido la finta funciona muy bien porque por una parte da la impresión de que el presidente es todopoderoso y que incluso el Poder Judicial está bajo su amparo, custodia y arbitrio, cuando no es así más que en su prolija imaginación.
En segundo lugar, para aquellos que desconozcan ese mandato legal que viene del instrumento con mayor jerarquía, puede parecer una medida justa, e incluso oportuna dado que el presidente se jacta de darle al pueblo y quitarle al poderoso. Lo que no admite ese moderno Robin Hood es que el dinero no es de los funcionarios, siempre es de los ciudadanos. No hay nada como dinero público decía Margaret Thatcher sino dinero de los contribuyentes. Por otra parte, si se resuelve en ese poder que finalmente el presidente no tiene la facultad de administrar ese dinero (que no la tiene) se victimizará y creará una animadversión hacia ese poder por no querer cooperar para la urgente necesidad de Guerrero.