Una ética con visión del futuro

Salvador Castell-González 

En un mundo donde las noticias nos golpean con titulares sobre corrupción, injusticia social y una crisis climática que se agudiza, la palabra “ética” adquiere una urgencia renovada. Sin embargo, ¿entendemos realmente el alcance de este concepto? ¿No hemos relegado la ética a un mero cumplimiento de la ley, perdiendo de vista su verdadero potencial como guía moral en un planeta en crisis?

La trágica verdad es que lo legal y lo ético no siempre coinciden. La historia está plagada de ejemplos donde leyes injustas han oprimido a poblaciones enteras, perpetuando la desigualdad y las brechas. En la actualidad, vemos cómo legislaciones permisivas con la contaminación industrial, la deforestación o la explotación laboral pueden ser “legales” pero, sin duda, profundamente injustas.

El problema reside en que hemos reducido la ética a un listado de reglas y regulaciones, olvidando su uno de sus principio, el bien común. Nos hemos aferrado a una ética reactiva, que se limita a responder a las consecuencias de nuestras acciones, en lugar de anticiparse a ellas y prevenirlas.

Hoy, frente a la amenaza existencial del cambio climático, esta visión limitada de la ética resulta peligrosamente insuficiente. Ya no basta con cumplir la ley y reciclar la basura. Necesitamos redefinir el concepto por una ética proactiva, que nos impulse a cuestionar nuestros hábitos de consumo, a exigir a las empresas y gobiernos políticas más ambiciosas y a repensar nuestra relación con el planeta.

Una ética con visión de futuro exige que consideremos las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones, no solo para nosotros, sino también para las generaciones futuras. Reconocer que somos parte de un sistema interconectado y que nuestra responsabilidad se extiende más allá de nuestras propias fronteras y nuestro tiempo de vida.

Esta nueva ética debe ser radicalmente inclusiva, reconociendo el valor intrínseco de todas las formas de vida y defendiendo los derechos de las comunidades históricamente mas vulneradas, que son las que sufren de los impactos del cambio climático.

No se trata de satanizar el progreso ni de renunciar a las comodidades de la vida moderna. Se trata de transformarlas. De abrazar la innovación y la tecnología para construir un futuro más sostenible y equitativo. De apostar por un modelo de desarrollo que ponga el bienestar del planeta y de las personas por encima del beneficio económico a corto plazo.

En definitiva, necesitamos una ética que inspire un cambio profundo en nuestra forma de pensar, sentir y actuar. Una ética que nos recuerde que somos guardianes de este planeta y que tenemos una responsabilidad con las generaciones futuras. La ley puede ser un punto de partida, pero la verdadera ética radica en la valentía de ir más allá, en cuestionar el status quo y en luchar por un mundo más justo y sostenible para todos. Nuestra ética debe traspasar fronteras y el tiempo, por un futuro sostenible.