Una gran tormenta solar golpeará eventualmente la Tierra

A las 2.44 de la madrugada del lunes 13 de marzo de 1989, toda la provincia de Quebec, en Canadá, se hundió en la oscuridad. En pleno invierno, más de seis millones de personas quedaron desprovistas de un servicio crucial para la vida moderna: electricidad. Los hogares se enfriaron, los ascensores dejaron de funcionar, las pantallas permanecieron apagadas y los teléfonos, muertos.

Algunos satélites habían sufrido fallos electrónicos y hasta un transformador en una planta de energía nuclear en Nueva Jersey, Estados Unidos, había sido destruido. De pronto, todas las piezas encajaban: las causas no había que buscarlas en la Tierra sino en el espacio.

El culpable era ni más ni menos que el Sol. Nuestra estrella, que nos provee de luz y calor, había incitado la oscuridad. El viernes 10 de marzo de 1989 los astrónomos habían detectado una poderosa explosión solar. En minutos, una llamarada o “eyección de masa coronal” del tamaño de 36 Tierras salió desprendida directamente hacia nuestro planeta a 1.6 millones de kilómetros por hora provocando la interferencia de señales de radio.

Los efectos de la tormenta espacial se extendieron hasta la superficie de la Tierra provocando sobrecargas eléctricas en las redes eléctricas de América del Norte, como la hidroeléctrica de Canadá Hydro-Quebec.

Fue entonces cuando la comunidad científica y los gobiernos comenzaron a tomar en serio a estos fenómenos naturales extremos. En un informe de 2013, el mercado de seguros Lloyd de Londres estimó los costos que una gran tormenta solar podría tener para la economía global: entre 600,000 millones y 2.6 billones de dólares al desactivar una gran parte de la red de energía eléctrica y afectar servicios clave como el abastecimiento de agua, la salud, el transporte, con el caos y los disturbios consecuentes.

“Es algo que no podemos predecir cuándo va a ocurrir pero sabemos que una gran tormenta solar eventualmente va a volver a golpear a la Tierra”, dijo el físico Américo González Esparza, desde Boulder, Colorado, donde presentó nuevos estudios para determinar la vulnerabilidad de México ante este tipo de eventos en la conferencia internacional Space Weather Workshop.

Las erupciones del Sol pueden interrumpir las comunicaciones, perturbar los sistemas de GPS, dañar la electrónica de satélites y exponer a pilotos de aviones y pasajeros a niveles de radiación poco saludables.

Un informe de la Oficina del Gabinete del Reino Unido de 2015 determinó que solo se tendría 12 horas de advertencia sobre la llegada de una dañina tormenta solar.

Impacto en México

México cuenta desde octubre de 2014 con el Servicio de Clima Espacial Mexicano (Sciesmex) del Instituto de Geofísica de la UNAM, bajo la dirección de Américo González. Hasta hora se pensaba que, por su ubicación geográfica, en México los efectos de las tormentas solares son menos severos que en las regiones cercanas a los polos. Pero las últimas investigaciones muestran que el país no saldría inmune ante una tormenta solar fuerte (un “evento Carrington”).

“Nos estamos dando cuenta que pese a lo que pensábamos éstos eventos globales si tendrían efectos sobre nuestros sistemas tecnológicos”, dijo González, investigador del Instituto de Geofísica de la UNAM en Morelia (Michoacán). “Necesitamos desarrollar protocolos de monitoreo y reacción para prevenir desastres ocasionados por las tormentas solares. Hasta el momento hemos tenido eventos menores”.

El Sciesmex provee un sistema de alerta temprana. Dependiente del Laboratorio Nacional de Clima Espacial —una colaboración entre la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad Autónoma de Nuevo León— recoge información proveniente de varias redes de instrumentos instalados en el territorio y de satélites de la NOAA (Administración Nacional Oceánica y Atmosférica) y la NASA y sus investigadores le hacen llegar al Sistema Nacional de Protección Civil sus predicciones. Se trata de una notificación en tiempo real de lo que está ocurriendo y puede ocurrir.

Por ejemplo, se ha determinado que las instalaciones eléctricas de mayor riesgo son las que se encuentran por arriba de los 30° de latitud como las de Samalayuca, Cerro Prieto Tres, Presidente Juárez y Los Cipreses, entre otras.

Aunque una tormenta solar severa afectaría a instalaciones de la red eléctrica nacional ubicadas a lo largo del territorio nacional, como el complejo hidrológico Grijalva y la central nucleoeléctrica Laguna Verde.

En septiembre de 2017, se conjugaron tres eventos que podrían haber terminado en tragedia. Mientras que el huracán Irma devastaba las islas del Caribe, la tormenta tropical Katia flotaba sobre el Golfo de México y la tormenta tropical José se acercaba desde el océano, en la superficie del Sol, a 150 millones de kilómetros de distancia, se estaba gestando otra tormenta.

Una erupción solar cortó las comunicaciones de radio afectando el sistema de salvamento.

Y como si fuera poco, el 7 de septiembre de ese año el Servicio Sismológico Nacional reportó un sismo con magnitud 8.2 con epicentro en las cercanías de Pijijiapan, en el estado de Chiapas. “En redes sociales comenzó a circular una gran desinformación y fake news que decían que las tormentas solares producían sismos”, recordó González, responsable del Observatorio de Centelleo Interplanetario de Coeneo, Michoacán. “Con el Sistema de Protección Civil, tuvimos que salir a decir que se trataba de dos fenómenos naturales sin relación física directa”.

La mejor protección es estar preparado. Si se sabe que va a ocurrir un gran evento de clima espacial, los operadores de satélites pueden poner los satélites en “modo seguro” para resistir la tormenta. Los encargados de la red eléctrica, por su parte, pueden solicitar a los clientes de alto uso, como las fábricas, que reduzcan la actividad. También pueden vigilar de cerca el rendimiento de los transformadores de alto voltaje en las subestaciones eléctricas para asegurarse de que no se sobrecalienten. O invertir en nuevas tecnologías. En Quebec, el gobierno canadiense ha gastado alrededor de 1,200 millones de dólares en estas tecnologías desde el apagón de 1989.

Las tormentas solares son un fenómeno natural y todavía no podemos predecir cuándo van a suceder los eventos extremos —determinó un informe del Laboratorio Nacional de Clima Espacial (Lance) de la UNAM—. “Lo que sí sabemos es que un próximo evento Carrington va a volver a ocurrir, es parte de la naturaleza del Sol”.

Los científicos saben que el Sol tiene un ciclo que dura aproximadamente once años. En un primer momento, manchas comienzan a aparecer en su superficie, acompañadas por varias tormentas solares por día. Luego se disipan. “Durante los próximos tres años tendremos poca actividad solar —advirtió González—. En estos momentos, nos encontramos en la parte descendente del ciclo solar y se espera que vuelva a alcanzar su máximo en los años 2024-2025. Debemos prepararnos para la próxima gran tormenta solar. Se trata de un asunto de seguridad nacional”.

Texto y fotos: El Universal / EFE

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