Salvador Castell-González
Cada 10 de noviembre, el mundo conmemora el Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo, fecha promovida por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) para resaltar el papel de la ciencia en la construcción de sociedades más justas, inclusivas y sostenibles. No obstante, esta celebración pasa casi inadvertida, y su propósito fundamental queda opacado en la agenda pública. ¿Realmente comprendemos la importancia de la ciencia para lograr la paz y el desarrollo?
Es innegable que el conocimiento científico ha impulsado avances cruciales para enfrentar desafíos globales. En el ámbito médico, la creación de vacunas y tratamientos ha salvado millones de vidas, y en la lucha climática, tecnologías como las energías renovables abren camino hacia un futuro más limpio. Sin embargo, estas iniciativas pierden fuerza cuando la rentabilidad económica pervierte las acciones y limita la accesibilidad y aplicación del conocimiento para el bien común.
Uno de los principales problemas radica en las barreras políticas y económicas que impiden que los beneficios de la ciencia lleguen a todos, aumentando la brecha del conocimiento. En muchos países, la inversión en investigación sigue siendo escasa o depende de potencias económicas para su financiamiento, lo que priorizan los intereses de quien financia la investigación sobre el bienestar social. Las corporaciones que financian proyectos científicos casi siempre tienen más control sobre los resultados que los gobiernos o comunidades necesitadas, lo cual frena el avance de temas críticos como la seguridad alimentaria y la justicia social.
Por otro lado, existe una profunda desigualdad en el acceso al conocimiento. Los países en desarrollo carecen de los recursos y la infraestructura necesarios para participar activamente en los avances científicos, lo cual aumenta las brechas entre el norte y el sur global.
Además, la falta de divulgación efectiva hace que la ciencia parezca lejana, clasista y elitista para gran parte de las sociedades. Esta desconexión erosiona el apoyo social necesario para que la ciencia se convierta en una herramienta de transformación social desde el conocimiento.
Es fundamental que los gobiernos y organizaciones internacionales inviertan en una ciencia inclusiva y accesible, orientada al bienestar social. Las políticas no solo deben ser cultural y políticamente adecuadas, si no eficaces, eficientes, medibles y ejecutables, y ahí es donde la ciencia como articuladora de conocimiento tiene un papel primordial.
El mercado no debe guiar las acciones para garantizar que la ciencia promueva la paz y el desarrollo. Este Día Mundial de la Ciencia debe recordarnos que para construir un futuro sostenible la ciencia debe tener mucho mayor protagonismo en la agenda pública. Resulta paradójico que el conocimiento, esencial para el desarrollo humano, siga siendo tan poco visibilizado y valorado en las sociedades actuales.