Por Alejandro Fitzmaurice
Partamos del siguiente fundamento: la lucha feminista debe crecer, continuar y ser apoyada por todos para acabar con una sociedad en la cual el varón frecuentemente recibe privilegios, mientras que la mujer es víctima de un trato que la cosifica y ridiculiza.
¿Hacen faltan pruebas para comprobar esto? Ciertos usos del lenguaje, el acoso callejero, la violencia doméstica y micromachismos son elementos recurrentes en la conducta de muchos hombres en pleno siglo XXI.
Difícilmente se sintetiza con lo anterior toda la complejidad que implica la lucha feminista en nuestro contexto; sin embargo, parto de esto para referirme, ahora sí, al tema que me ocupa y ocupó a muchos en redes sociales: la pinta con la leyenda “aborto legal” en la estatua de los Niños Héroes, ubicada en el Parque de la Mejorada, realizada en el marco de la marcha feminista el pasado ocho de marzo.
El hecho generó dos posturas que llamaron mi atención:
La primera defendía el hecho plenamente. Incluso algunos comentarios –acaso con ironía o sarcasmo– equiparaban el acto con momentos heroicos como la explosión de la Alhóndiga de Granaditas provocada supuestamente por el Pípila.
Por otra parte, puntuales, aparecieron quienes defendían la integridad del monumento, descalificando la pinta de manera absoluta, al igual que la supuesta actitud radical de todo el movimiento, más allá de estar o no de acuerdo con la legalización del aborto.
¿Alguna tiene la razón? Quisiera analizar ambas brevemente.
En primera instancia, creo que es prudente reconocer que el acto de rayar un monumento es una acción inapropiada puesto que, seguramente, viola alguna normativa municipal o estatal. Así, la mayoría de los monumentos, aunque simplistas y útiles únicamente para perpetuar visiones chatas de la historia, embellecen espacios públicos y son un patrimonio urbano para gran parte de la ciudadanía que no debe descuidarse.
Por ello, desde una postura más serena, no parece adecuado celebrar daño alguno contra estas estructuras, puesto que, además, en la actualidad, existen muchos otros espacios de expresión para defender ideas como la ya referida.
Lo verdaderamente grave y lo que llama profundamente la atención es la virulencia de las reacciones para descalificar el hecho. La pinta fue un pretexto para vomitar violencia y machismo.
Así, aunque se reconoce que no fue una conducta apropiada, la pinta –que generó un daño mínimo, resuelto tres horas después por el Ayuntamiento de Mérida– fue una excusa para rasgarse las vestiduras y descalificar una marcha feminista en pleno ocho de marzo.
También, por supuesto, sirvió para estereotipar: todas las que marchaban –intentemos sintetizar algunos comentarios– eran hostiles y todas exageraban y todas violaban la ley celebrando expresiones así.
A manera de sugerencia, mi conclusión es que el movimiento feminista debe perseverar sin utilizar acciones que, aún sin implicaciones graves, se vuelven pretextos para despertar a la más feroz de las intolerancias.
Históricamente, el feminismo ha utilizado estos recursos extremos o incluso ilegales para tomar espacios y ejercer derechos.
Sin embargo, en pleno siglo XXI y con un auténtico espíritu de demócratas, las argumentaciones, las denuncias y las observaciones que muchas y muchos llevan a cabo de manera sistemática, debieran ser esfuerzo suficiente para prevalecer en la lucha.
Por todo lo anterior, vale la pena evitar distracciones como la nimiedad de pintar aborto legal en una estatua que representa a personas que, por cierto, son de muy dudosa existencia en la historia nacional.
La justicia que el feminismo irradia es toda la transgresión que se necesita para acabar con el más radical de los machismos.
*Recibí muchísima ayuda de la periodista Katia Rejón para elaborar este texto. ¡Muchísimas gracias!