Una televisión con esteroides

Carlos Hornelas
carlos.hornelas@gmail.com

Durante los años 90 del siglo pasado, Nicholas Negroponte publicó “Ser Digital”, un esbozo de lo que sería el futuro de la humanidad a partir de la digitalización de todas las comunicaciones. Una de las cosas que nos llamaba la atención entonces era la promesa de la industria de poder tener “hasta mil canales de televisión” como oferta a la audiencia.

En ese entonces la simple posibilidad de brindar contenidos a la carta, o como se dice en el argot televisivo, Video Bajo Demanda (VOD), estaba muy lejos de concretarse. Ahora, en cambio, Netflix, Amazon Prime Video y muchas otras plataformas hacen esto de manera cotidiana a través de un catálogo que ponen a disposición de la audiencia.

El problema ya no es que el usuario pueda ver lo que quiera en el momento que quiera. El problema ahora es decidir de entre el mar de opciones, lo que uno siente afín a sus intereses. Un estudio publicado recientemente indica que en promedio la decisión se da después de 18 minutos de navegación por el escaparate en línea.

La llegada del internet desplazó los enormes ingresos por publicidad de la televisión a la red de redes, quitándole así su corona del medio masivo por excelencia. Durante décadas la televisión fue la reina.

Recuerdo haber mencionado en mi tesis de maestría que la publicidad se movería a la red y dejaría en segundo término otras opciones como la televisión el radio o la prensa,  y con ello, provoqué la incomodidad y regaño de uno de mis sinodales, la directora del Centro en el cual estudié, quien me reconvino para hacerme ver cuán fuera estaba de la realidad. Han pasado algunos años desde entonces.

Javier Pérez de Silva publicó en ese entonces “La televisión ha muerto”, un libro que hablaba del fin de una era en los medios de comunicación. El desplazamiento del estrellato de la televisión por el internet y las nuevas circunstancias económicas, políticas y sociales que ello traía a la industria audiovisual.

La televisión, no al menos como la conocimos. La tv, bautizada por Umberto Eco como la “caja idiota” ya no se ve en un televisor sino en una “pantalla inteligente”. La muerte analógica de la televisión, de la llamada “pantalla chica” provocó el surgimiento de una pantalla aún más pequeña: la del celular.

A partir del año 2000 nos hemos llenado de pantallas para todo, como dice Lipovetsky, tenemos pantallas para consumir audiovisual en la sala de la casa, para leer libros, para orientarnos con el gps, para el ultrasonido del bebé, para el horno de microondas y hasta para el teléfono.

No obstante, durante la pandemia el streaming, hijo digital de la televisión, surgió como una opción de entretenimiento que empezó a tomar auge y sigue en desarrollo. La misma televisión empezó a ganar adeptos entre las generaciones jóvenes quienes descubrieron otra forma de consumir contenidos a las cuales no estaban acostumbrados.

Las nuevas formas de acceder a la televisión en la red, como Pluto tv, Rlaxx o Tubi, son el resabio nostálgico de cómo era la televisión: contenido audiovisual con interrupciones de cortes con anuncios comerciales cada cierto tiempo.

Esta fórmula ha permitido que a través de un portal ofrezcan su servicio gratis, como antaño lo hacía la televisión abierta a cambio de la interrupción programada de comerciales. Es como tener una especie de televisión de paga en la cual uno puede saltar de un programa emitido en directo a otro.

La publicidad ha vuelto a este tipo de opciones y ha mostrado que cada vez más se empieza a comercializar el tiempo de emisión como sucedía en la tv de antaño, como ocurre con Youtube, que nos impone mensajes comerciales en cada contenido. De alguna manera la tv no ha muerto, en todo caso, está resurgiendo pero digitalizada, con esteroides.

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