Uno más a elegir: otra oportunidad

Carlos Hornelas 
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A prácticamente un año de que termine el ciclo de esta administración en el Poder Ejecutivo a nivel federal, se siguen moviendo piezas en el tablero político. Aunque se trate de otro poder de la federación, la renuncia del ministro Arturo Zaldívar ha enrarecido el ambiente y generado muchas suspicacias sobre su salida.

Los ministros de la Suprema Corte duran en su gestión 15 años y a Zaldívar solo le restaba éste último. En años recientes se le veía constantemente en la red, con ganas de allegarse audiencia ajena a los círculos convencionales de los ministros como abogados, especialistas en derecho, etcétera y tratar de atraer hacia sí otro tipo de público. Un ejemplo de ello fueron sus declaraciones en las cuales se decía “swiftie”, es decir, seguidor o fanático de Taylor Swift, a través de X, otrora Twitter. Ha incursionado del mismo modo en Instagram, en TikTok y en el mundo de los “gamers”: las grandes áreas de entretenimiento de los veinteañeros .

Se va antes de tiempo cuando, hay que recordar, el ejecutivo había querido extender su mandato como presidente de la Corte por dos años más.Y mientras sus colegas ministros se pronunciaban sobre la inconstitucionalidad de la propuesta, el aludido permaneció en silencio hasta que la cuestión tronó en los medios de comunicación y finalmente cedió ante la presión y dijo que renunciaría a esa canonjía. Tras las elecciones en la Corte resultó electa para el cargo la ministra Norma Piña.

Como se sabe, aunque López Obrador dijo que trataría al Poder Judicial con respeto y jamás cuestionaría ni sus decisiones ni sus procesos, desde el primer revés ha querido caricaturizar a dicho poder autónomo como un coto de privilegiados que tienen al país sumido en el marasmo de vericuetos legaloides, como él los llama, y que en medio de la vida de privilegios que tienen, el costo para la nación es demasiado en contraste con los resultados. Por ello, ha querido de uno u otro modo, controlar y acotar la influencia de sus decisiones en lugar de atender el sano equilibrio de poderes.

En una democracia se supone que cada poder está para contener los excesos del otro y servir de vigilante de sus acciones, para acotar sus ámbitos de influencia, de tal modo que dos poderes no puedan coaligarse en deterioro del tercero. Sin embargo, López Obrador ha tratado por todos los medios y en concurso con ambas cámaras del poder legislativo, de manejar a la Corte según sus intereses. Hasta ahora esto no ha ocurrido.

A pesar de que, durante su sexenio como diría un clásico, ”haiga sido como haiga sido” le haya tocado nombrar como ministros a Loretta Ortiz, Margarita Ríos Fajat, Yasmín Esquivel y Juan Luis González Alcántara y ahora le tocará también nombrar a quien sustituirá a Zaldívar, con lo cual, aritméticamente tendría cinco ministros designados directamente por él como integrantes de la Corte. Cabe mencionar que dicho órgano está integrado por 11 miembros, lo que aritméticamente en teoría le daría una ventaja enorme de influencia en ese poder.

No obstante, los ministros le han salido rezongones y resulta que cuando han votado en contra de algunas de sus disposiciones por violar francamente los ordenamientos vigentes en la materia, el presidente no ha dejado de manifestar su frustración y desaprobación por el análisis y dictamen de cada una de dichas resoluciones. Pareciera que en última instancia lo que esperaba de ese otro poder no era solo lealtad sino obediencia para terminar con su autonomía; subordinación en lugar de objetividad; complicidad en lugar de cuestionamiento y sumisión en lugar de independencia.

Ahora, se propone que el eje de su “reforma judicial” sea la elección popular de los integrantes del Poder Judicial cuando en realidad no se trata de que la gente elija a los más populares sino a los más preparados en un área sumamente técnica.