Verbos para el laberinto

Querido Millennial (segunda y última parte)

Por Alejandro Fitzmaurice

Continúo el rollo de la semana pasada y sigo terco con el hecho de que hay prácticas anteriores al internet que vale la pena que preserves, buenos hábitos que tu generación no debería dejar morir.

Estoy pensando, por ejemplo, en la necesidad de prestar atención a una sola cosa, de no dividir la concentración. Por algo en las bibliotecas (afirmativo: todavía existen y tienen títulos maravillosos que no encuentras en la primera página del Google) se exhorta a guardar silencio: quien lee necesita atender a las letras y sólo a ellas.

“Pero si yo soy multitask”. Híjole, mejor no te tragues, no se traguen ese rollo. Y sí, confirmo: no tengo pruebas neuronales a la mano ni me fui a un laboratorio para entender cómo son los procesos cognitivos en la era cibernética.

No obstante, el sentido común me dice que seguimos siendo homo sapiens y que, cuando nos concentramos en hacer una sola cosa a la vez y ponemos toda nuestra atención en esa actividad, tenemos más probabilidades de recordarla, comprenderla o poder repetirla.

¿Que hay personas que manejan, escuchan música y hablan por celular mientras se comen un gansito? Puede ser, pero no necesariamente efectúan esas actividades mejor que quien se aboca a hacer una sola a la vez.

Relacionado con esto, y al argumentar la importancia del libro impreso, el escritor Nicolás Cabral sostiene que éste brinda una secuencialidad, un orden necesario para comprender mejor cualquier relato o exposición a diferencia de cualquier dispositivo electrónico.

“Ajá, pero, ¿qué tiene que ver eso con lo de la atención?”. Mucho según yo, porque se antoja difícil atender plenamente a una lectura desde el celular o la laptop si tienes abiertas 500 pestañas del navegador o si te saltas con el scroll tres, cuatro o diez párrafos porque ya te urge ver qué pasa en Instagram y en el Snap y en el Face y en el Whats.

Deja de administrar tanto. Deja de picarle a cualquier link. Apaga el celular. Cierra la computadora. Abre tu libro. No se trata de prohibir, sino de dosificar. “¿Y qué pasa si en la lectura no entiendo una palabra?”. La deduces por lógica y sigues. Después buscas en el diccionario.

Por otro lado, está el asunto de que el millennial busca el placer en cualquier actividad y que es fácil que desista ante las dificultades. Bueno, pues ojo: pocas cosas, en el ámbito profesional, son realmente divertidas. Supongo que ningún ingeniero se ataca de la risa y baila como loco cuando ve ecuaciones, y así pasa con todos. Al final, la frase de Truman Capote retumba con sabiduría: “Cuando Dios te da un don, también te da un látigo”.

Varias ideas se me quedan en el teclado, pero ya, lo dejo hasta aquí. Al final, no me gustó el tonito de sabelotodo porque, francamente, ni leo todo lo que debo ni vivo añorando el siglo XX antes de internet. Juego videojuegos, veo Netflix antes de dormir y pierdo el tiempo en Facebook. Lo único es que sí guardo el celular ante las responsabilidades y cierro pestañas innecesarias cuando necesito trabajar. No, no me muero si no tengo señal. Voy al cine y no estoy revisando correos. No quiero postear lo que voy a comer. Parecerían virtudes, pero en realidad, son reglas básicas para vivir adecuadamente cada momento, y eso, francamente, es lo que me preocupa de todo este asunto.

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