Villanos de caricatura

Por Gerardo Novelo González*

gerardonovelog@gmail.com

* Estudiante de Comunicación. Difícil ganarle en un debate, sobre todo si se trata de cine o comics. 

El resurgimiento de ideologías de supremacía blanca lleva ya unos cuantos años y las protestas en Charlottesville hicieron evidente al público internacional la gravedad del problema. Neonazis marcharon por las calles de la ciudad, algunos escondidos tras la farsa de proteger su patrimonio confederado, otros sin vergüenza levantando brazos en saludo romano, portando banderas adornadas con suásticas y gritando “Heil Trump”.

¿Cómo llegó Estados Unidos a este punto? ¿Cómo ideologías de supremacía racial encontraron quien las grite con honra en pleno 2017?

Difícilmente tengo la autoridad para desenredar la compleja telaraña social, política y psicológica que dio lugar a la situación. Sin embargo, creo pertinente hablar de un factor que, aunque no central, jugó un papel importante en este caos: la representación del nazismo en el cine.

No es coincidencia que los antagonistas más populares en la cultura popular recuerden al nazismo. El Imperio de Star Wars está claramente inspirado por íconos e ideología del Tercer Reich. Lo mismo se puede decir de los mortífagos de Harry Potter. Además están, claro, las incontables veces que los nazis han servido como villanos de manera directa (Indiana Jones, The Sound of Music) o en eufemismo (Hydra, en el Universo Cinematográfico Marvel).

Es la herencia de una tradición que se extiende hasta el cine propagandístico de los años 40s y a los esfuerzos de cineastas para oponerse al régimen de Hitler. Para Capra, Lang y Chaplin no había duda de que el nazismo era maldad absoluta, idóneo para ridiculizar o demonizar en sus películas. Nadie en buen juicio les reclamaría el no mostrar un lado simpatizante del Tercer Reich.

Terminó la guerra y los antagonistas se diversificaron, mas la asociación simbólica de la maldad con el nazismo perduró.

El motivo es simple: implementar iconos nazis es una muy útil manera de dejarle claro a la audiencia que los malos son los malos. No hace falta profundizar, tienen aire de ser (o literalmente son) nazis, y por ende, son indiscutiblemente malvados.

Siete décadas después, el empleo de este recurso han –argumento yo– erosionado la complejidad, impacto y trascendencia de la Segunda Guerra Mundial y del nazismo.

En esencia, los nazis se han reducido a villanos de caricatura. Este reduccionismo desemboca en el abaratamiento del nazismo como una etiqueta peyorativa.

Básicamente cualquier ente puede ser comparado con Hitler sin ameritar tan radical símil. Mujeres que luchan por sus derechos son etiquetadas de feminazis. Todo líder político ha sido equiparado con el Fuhrer. La palabra nazi deja atrás su valor histórico y se vuelve sinónimo de “algo que no me agrada”.

Tal simplificación de una ideología de odio y de sus consecuencias, tal olvido de lo que realmente significa la palabra, facilita que pierda su contexto y se vuelva atractiva a sujetos con prejuicio callado pero presente. Y luego Trump, el presidente que no calla lo que piensa, valida sus sentimientos.

Así, se les es muy fácil verse como las víctimas oprimidas de una sociedad “políticamente correcta” que les “discrimina” al exigirles que tengan tantita tolerancia por las diferencias de otras personas.

Ciertamente la actitud de Trump hacia los supremacistas de Charlottesville fue peligrosamente simpatizante –hasta alentadora– y delata un panorama peligroso para la equidad racial en Estados Unidos. Pero comparar con tanta facilidad el copete rubio con el bigote de cepillo no logra más que abaratar el recuerdo de un conflicto armado y de un genocidio que costaron decenas de millones de vidas humanas.

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *