Carlos Hornelas
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En el imaginario de la Inteligencia Artificial destacan una serie de visiones escatológicas y apocalípticas dignas de ser material de una buena charla de café o un tema para debatir sobre la actualidad de quienes han sido muchas veces sus precursores: las obras de ciencia ficción.
Mucha de la ciencia ficción escrita en el siglo XX ha logrado prevalecer hasta nuestros días, en una suerte de oráculo contemporáneo. Hay quienes anticipan que la inteligencia de robots y máquinas será capaz de generar una autoconciencia que buscará dominar al planeta y superar al ser humano.
Podemos decir que esta visión escatológica es la más difundida: una entidad que genera su propia autonomía y busca la aniquilación del mundo humano. La rebelión de las máquinas. En algunos casos, como en la película de ciencia ficción The Matrix de las hermanas Wachowsky, las máquinas prefieren cultivar humanos para que les sirvan de baterías que les provean de energía para su funcionamiento en una simulación inducida. Por cierto, hay físicos contemporáneos que sostienen que vivimos en una simulación, como Melvin Vopson o Nick Bostrom.
Una segunda opción nos la ofrece la obra de quienes como Hans Moravec, establece que los humanos sacarán ventaja de las máquinas y la inteligencia artificial, en lugar de ser aniquilados. En la versión de estos autores, como Gibson en el Neuromante, se llegará a un punto en el cual la tecnología se incorporará al cuerpo humano como extensión del mismo.
Es el mundo de lo post-humano. En ese imaginario, los cuerpos humanos podrán integrarse a las funciones digitales, mecánicas y de procesamiento universal de la información y las máquinas por su parte, podrán contener el espíritu humano.
Es decir, habrá organismos cibernéticos humanos o cyborgs, pero también máquinas que reclamen para sí la identidad y quieran ser tratadas como humanos. En ese universo el espíritu podrá depositarse en un nuevo cascarón de cuando en cuando para jamás morir. Pero la máquina podrá evolucionar hasta poder generar un cuerpo vivo y orgánico, como el de un humano. Así, las barreras entre lo humano y lo que hace a una máquina ser tal, se irán borrando paulatinamente.
Por otra parte, hay quien imagina un futuro en el cual las inteligencias, sí en plural, las inteligencias artificiales comiencen una rivalidad al margen de la actividad humana, de tal suerte que, en competencia, busquen superar a su rival. En este escenario, algunas de ellas podrían trabar alianzas para enfrentar a otras.
En este sentido, habrá que recordar que Google despidió a un ingeniero que afirmaba que un desarrollo de inteligencia artificial de Google habría cobrado conciencia. Y también el incidente en el cual se difundió la idea que al “soltar” un par de inteligencias para que colaboran en la resolución de ciertos retos, éstas crearon un lenguaje común con el cual estaban comunicándose al margen de sus programadores, lo cual causó su eventual desconexión por haber salido del control humano.
En ese sentido, se entienden algunas afirmaciones de personajes prominentes como Peter Turchin que aconseja dejar a la inteligencia artificial un poco estúpida, a fin de que no escale hasta cierto desarrollo que le permita el control del entorno humano, o que pueda entrar en competencia con otras inteligencias, incluida la humana. Albert Einstein decía que estaba seguro, de que dos cosas eran infinitas: el universo y la estupidez humana.