Xcalachén, mucho más que su chicharra

Fue en los años treinta cuando comenzaron a asentarse las primeras familias en el rumbo al que llamaron Xcalachén, esto por la existencia de dos pozos en una explanada ubicada justo en el cruzamiento de las actuales calles 64 y 95. Vecinos que nacieron en este rumbo en la década de los años cincuenta rememoran los días en los que corrían detrás del carrito que pasaba en medio de calles de tierra y piedras, en los que disfrutaban una poza que se formaba con agua de lluvia y en la que podían refrescarse sin temor alguno, algo que hoy no sería posible hacer sin pescar alguna infección.

“Mis abuelos, que venían de Kanasín y Kinchil, fueron de los primeros habitantes de este lugar, donde sólo había unas cuatro casas, y acá donde hoy está la chicharronería hicieron su casita de paja, que en parte conservamos”, dice don José Antonio Cauich Andrade, quien orgulloso cuenta que nació en este mismo lugar hace 67 años.

“Desde que tuve uso de razón veía como mi papá, don Esteban, trabajaba en su carnicería, en donde fue de los primeros o el primero en hacer chicharra, y luego, a los 17 años después de que no me fue bien en la escuela, comencé a ayudarle y ahora éste es mi medio de vida”, comentó orgulloso el también propietario de la “Flor de Xcalachén”, relató.

En esos años, recuerda el entrevistado, no había calles petrolizadas, y el camión que se conocía como “guagua”, había que tomarlo en la calle 60. “Era de madera, y los asientos no estaban colocados como en la actualidad, sino que eran bancas largas colocadas en los costados. “El pasaje costaba 15 centavos y las monedas se depositaban en un ánfora, ni boletos había”, dijo.

Para darse una idea de lo que ocurrió en ese entonces, la señora María Cristina Iuit Gamboa, quien en la actualidad atiende la tortillería que lleva el nombre de “Xcalachén”, que abrió sus puertas desde 1964, recuerda que los niños de esa época jugaban en las calles empedradas kimbomba, tirahule, canicas y, como no había cables, podían volar con toda libertad sus papagayos.

“En la calle 95 por 64 A, donde ahora hay un expendio de pollos, estaba la casa de Don Federico, que vendía chinas y nance, y fue el primero del rumbo que compró su televisión, y cobraba cinco centavos a los niños para que sentados en unas banquitas, pudiéramos disfrutar en blanco y negro de series, como Guillermo Tell o Combate, o ver los domingos las caricaturas”, contó, con nostalgia.

“Me gustaba porque todo era monte, no había calor, y de dos matas altísimas nos colgábamos como Tarzán, y todo mundo usaba bicicletas, unas alemanas de las que hasta hoy queda una en el rumbo”, dice Raúl Rodríguez, quien puntualizó que sus 63 años de vida los ha pasado en su amado barrio de Xcalachén.

“En mi casa había una tienda que se llamaba ‘El Puerto de Progreso’ y un día llegó un señor que se llamaba David González, quien pidió que le rentáramos un pedacito porque estaba regresando de los Estados Unidos a donde fue de bracero y no tenía trabajo, pero que quería vender chicharra”, señaló.

Esta persona, a quien se le conoció como el Rey David y que falleció recientemente, es considerado como uno de los pioneros de la preparación y venta de chicharra, actividad que hoy le ha dado fama al rumbo.

“Luego rentó un local al lado y allá vendía su chicharra, pero además se colocaban cuatro o cinco mesas de madera en la que, a manera de un mercadito, las señoras del rumbo ofrecían rábanos, tomates, cebollas, limones y todo tipo de verduras”, recuerda la señora Iuit Gamboa, quien destacó que el Rey David señor tuvo dos hijos, Rosita y David.

Acerca de este último, comentó que cuando se casó se independizó, por lo que abrió su propia chicharronería, a la que le puso el Príncipe David. Sin embargo, hace unos años se enfermó y rentó el local a don Raúl Cámara, quien aprendió a elaborar con maestría el sabroso platillo, porque fue ayudante tanto del papá como del hijo.

Un oficio que prevalece en el presente

Pero la historia de los González y su tradición en la elaboración de chicharra de calidad continúa con la nieta del Rey David, Elda, quien es la propietaria de “La Lupita”, (el establecimiento en el que el alcalde Mauricio Vila, anunció en rueda de prensa el Festival de la Chicharra, que se celebrará mañana en Xcalachén).

Lamentablemente, a la muerte del Rey David, el local ubicado en el cruce de la calle 64-A con 95 cerró sus puertas y hoy está en venta, como lo están varios locales del rumbo.

Tal fue el caso de la tienda “El Puerto de Progreso”, que vio bajar sus ventas dramáticamente con la llegada de un supermercado que se instaló en lo que era el cine “Pedro Infante”, y luego “Infantilandia”.

“La tienda era de mi mamá, doña Margarita May, y después de 80 años, ante las bajas ventas y los altos impuestos que teníamos que pagar, optamos por cerrarla y quedarnos sólo con la lonchería, que también va a cumplir 60 años de existencia”, comentó don Raúl Rodríguez, quien, junto con su esposa, doña Martha Solís, depende exclusivamente de ese negocio, en el que ofrece salbutes de relleno negro y pavo asado todas las mañanas.

“Yo vine a vivir hace 37 años acá, y mi suegra, me contó que fue días antes de un 16 de septiembre, al parecer de 1962, cuando llegaron varias personas, entre ellas un tal ‘Juan Telas’, quien anunció que se organizarían unas carreras argentinas en la calle 95, con bicicleta y listones con premios, y le dijeron que se podía aprovechar para vender algo en la puerta, y junto con su abuelita, se pusieron de acuerdo para hacer unos polcanes, así comenzó la Terracita de Xcalachén”, dice la señora Solís.

El tiempo ha cambiado completamente el lugar, y en aquella explanada donde se encontraban los dos pozos, abrió una cantina, que es recordada por los pleitos constantes de los parroquianos y por sus puertas como las que aparecían en las películas del oeste. La cantina ahora cederá su espacio para el establecimiento de una farmacia de una reconocida cadena nacional.

También son parte del recuerdo las tiendas de “don Chato” y de doña Genoveva, donde ahora funciona una paletería, pero los habitantes de Xcalachén siguen saboreando aquellos caldos y panuchos que todos los sábados disfrutaban en la lonchería de “don Chel”, pero no están dispuestos a que lo mismo ocurra con la chicharra.

“Estamos muy contentos de que se organice el primer Festival de la Chicharra, con todo y sus carreras argentinas, y esperamos que no sea el último”, señala don Carlos Lara, quien no se arrepiente de haber llegado hace 30 años a ese lugar en el que terminaba la ciudad, que sigue conservando su tranquilidad como un tesoro muy preciado, pero, sobre todo, la hospitalidad y sencillez de su gente.

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