Por Eduardo Ancona
Por una formación, o deformación, que puede incluso remontarse a la primaria solemos pensar en las comunidades mexicanas en términos binarios: rurales o urbanas. La división fundamental entre quienes viven más o menos bien y quienes viven más o menos mal, los que tienen acceso a todos los servicios y los que no.
El Inegi considera que toda comunidad con menos de 2500 habitantes es rural, mientras que toda comunidad con más de 2500 es urbana. Ante esto hay dos tendencias clave: cada vez más gente vive comunidades urbanas y quienes se quedan en el sector rural se fragmentan en comunidades más pequeñas. Esto empieza a mostrar el reto del México rural.
En 1950 el 42% de la población de México vivía en comunidades urbanas y el 57% en comunidades rurales. En 60 años el giro ha sido total, en 2010 78% vivía en el sector urbano y 22% en el rural. Estamos hablando de poco más de 25 millones de personas distribuidas en más de 200,000 comunidades, el 30% en situación de aislamiento y/o sin caminos transitables todo el año.
Además de las evidentes (educación, salud), existen muchas diferencias notables derivadas de lo anterior que impactan la vida y expectativas de las personas. La Encuesta Demográfica Retrospectiva (2017) del Inegi ofrece algunos ejemplos interesantes.
La proporción de mujeres que terminan su primera unión -cohabitación- en los primeros dos años varía significativamente. En poblaciones urbanas, las mujeres de entre 52 y 57 años lo hicieron en un 3.75%, y las 22 a 31 casi en un 10%. En poblaciones rurales en los mismos periodos de tiempo son del 5.8 y 5.1%, respectivamente. Las diferencias entre sectores son dramáticas, suponiendo que terminar una unión requiere de una buena dosis de capacidades económicas para valerse por sí misma. En un periodo de 30 años son casi 3 veces más las mujeres que terminan su primera unión en los dos primeros años en comunidades urbanas, mientras que en el sector rural el porcentaje incluso descendió.
Otro ejemplo. El 28.9% de las mujeres de entre 32 y 41 años nacidas en comunidades rurales ya tenía un hijo a los 18 años, mientras que en comunidades urbanas el 21.6%. En la siguiente generación esta diferencia se pronunció más: el 34.2% de las mujeres de entre 22 y 31 años nacidas en comunidades rurales ya tenían un hijo antes de los 18 años, en comunidades urbanas el 18.5%.
Mientras en algunos casos estamos ante dos sectores que se mueven en la misma dirección a velocidades distintas y con enormes diferencias, en otros el México urbano y el rural son un automóvil y una bicicleta que avanzan en direcciones contrarias. Dos realidades cuyas diferencias no se pueden ignorar si el objetivo final es llevar al todo -lo que quiera que este sea- a un mejor futuro.