SOFÍA MORÁN
“¡Felicidades! Has sido seleccionada para participar en el Campamento de Juventudes Interseccionales por el Espacio Cívico”. Fue el mensaje que recibí con la gran noticia de que formaré parte de un grupo de 14 jóvenes de Chiapas, Oaxaca y Yucatán, que tendrá el privilegio de ser parte de este espacio organizado por The Hunger Project México los días 18 y 19 de junio en Mérida. Un encuentro donde no solo compartiremos experiencias, sino que construiremos una red de resistencia y esperanza frente a los desafíos que amenazan nuestro futuro.
Bajo el lema “Conectar, reconocer, incidir”, este campamento busca fortalecer nuestras capacidades para amplificar los espacios de participación juvenil. Tiene el objetivo de dinamizar el espacio cívico y los vínculos entre organizaciones y movimientos de juventudes, para fortalecer las capacidades de movilización e incidencia en las agendas públicas. La agenda del encuentro incluye temas clave para quienes actuamos en realidades complejas: desde género e interseccionalidad hasta incidencia política, pasando por liderazgo transformativo, cuidados colectivos, planeación y presupuesto, entre otros. No solo venimos a escuchar, también a construir un “Decálogo de prioridades de las juventudes del sureste”, un documento vivo que reflejará nuestras demandas comunes frente a desafíos como la justicia alimentaria, la defensa del territorio y la desigualdad estructural que marca nuestras regiones.
Lo más valioso de este espacio (más allá de los talleres o las mesas de diálogo) será el poder tejer alianzas entre quienes compartimos luchas similares en contextos distintos. Imaginen el potencial de conectar con juventudes diversas que son agentes de desarrollo de sus comunidades, donde impulsan la ciudadanía activa y la democracia local participativa. Esa es la esencia de la interseccionalidad: reconocer que nuestras batallas, aunque diversas, están hiladas por los mismos hilos de resistencia.
En Va por la Tierra hemos insistido en que “el conocimiento es poder, pero solo si se comparte”. Este campamento encarna ese principio: será un laboratorio donde intercambiaremos estrategias para enfrentar problemas que no conocen fronteras estatales. ¿Cómo lograr que nuestras voces sean escuchadas en espacios de decisión? ¿Cómo construir redes de apoyo frente a la criminalización de la protesta social? ¿Cómo integrar los cuidados colectivos en nuestro activismo? Preguntas como estas guiarán nuestras reflexiones.
Aunque el campamento apenas comienza, ya siento que marca un antes y un después. Porque cuando 14 jóvenes del sureste mexicano unen sus experiencias, algo poderoso emerge. Las juventudes no somos espectadoras del cambio, somos sus arquitectas. Y este campamento es solo el primer ladrillo de una estructura mayor.




