El cinismo sistemático y la crisis crlimática

Salvador Castell-González 

Heredando un planeta en ruinas y una palmada en la espalda… El “cinismo sistémico”. La etiqueta puede sonar exagerada, pero describe una actitud peligrosamente extendida entre quienes ostentan el poder. Se manifiesta en frases aparentemente inocentes como “estamos dejando un gran paquete a nuestros niños y niñas” o “a las futuras generaciones les toca arreglar lo que nosotros estamos echando a perder”. En estas declaraciones, aparentemente cargadas de preocupación, se esconde un profundo y paralizante cinismo. No se trata de un simple pesimismo ante el futuro, sino de una aceptación pasiva, incluso, cómplice de la irresponsabilidad presente.

Y lo más alarmante es que esta actitud no es nueva. Hace más de 50 años, en 1972, la comunidad internacional se reunía en Estocolmo para la primera gran Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano. Este hito, conocido como la Conferencia de Estocolmo, ya reconocía la urgente necesidad de proteger el planeta para las generaciones futuras. Se firmaron acuerdos, se levantaron voces de alarma y se sentaron las bases para la conciencia ambiental global. Pero ¿de qué sirvió esa pionera visión si, medio siglo después, seguimos escuchando las mismas frases cínicas, la misma delegación de responsabilidades?

La trampa del cinismo sistémico reside en su aparente honestidad. Al reconocer el problema, se busca desactivar cualquier crítica o exigencia de cambio inmediato. “Ya lo sabemos, pero no hay nada que podamos hacer ahora”. Esta es la subyacente y perversa lógica. Se instala la idea de que el problema es tan grande, tan complejo, que la acción presente es inútil o insuficiente. Se genera una parálisis colectiva, alimentada por la desilusión y la sensación de impotencia.

Pero este cinismo es una cortina de humo, una forma elegante de justificar la inacción. Porque detrás de la frase condescendiente sobre “el paquete” que dejamos a nuestros hijos, se esconde la comodidad de mantener el statu quo, de priorizar los beneficios a corto plazo sobre la sostenibilidad a largo plazo. Se evita tomar decisiones difíciles, implementar políticas transformadoras, invertir en soluciones reales. Es más fácil lamentarse del futuro que actuar en el presente.

El cinismo sistémico es un veneno corrosivo para la esperanza y la acción. Deslegitima el presente, lo desvincula del futuro, y nos condena a repetir errores. Necesitamos desenmascarar esta actitud, denunciar su pasividad complaciente y exigir responsabilidad. No basta con reconocer el problema y pasárselo a la siguiente generación. La verdadera preocupación por el futuro se demuestra con acciones concretas en el presente, con el compromiso de construir un legado digno de ser heredado, no un “paquete” repleto de problemas que otros tendrán que desempacar y resolver. Es hora de dejar de lado el cinismo y abrazar la urgencia de construir un futuro mejor, hoy.

Hagamos que las cosas sucedan.