El hombre que mató a Don Quijote

Hasta su debut en el Festival de Cannes hace unas semanas, el mundo permaneció escéptico de la existencia de “El hombre que mató a Don Quijote”. El director Terry Gilliam titubeó con la historia desde 1989 y desde entonces sufrió tales desgracias que no me prohibiría llamarle castigo divino. “Alguien ahí arriba no quiere que haga esta película”, bromeaba. “Terry Gilliam termina de grabar Don Quijote y se ríe en la cara de Dios” reportó más de un medio cuando se dio el último claquetazo.

Hace casi 18 años, Gilliam comenzó a rodar en España su cuasi-adaptación de la novela de Cervantes. Día uno: ruidos de avioneta estropean el sonido capturado. Día dos: inundaciones desfiguran el escenario y destruyen equipo. Día cinco: se le descubre una hernia a Quijote, en ese entonces Jean Rochefort. La producción se canceló.

Problemas con el cobro de seguro dejaron turbio el estado legal de la película por media década. Gilliam y su co-guionista Tony Grisoni recuperaron los derechos y volvieron a empezar. Para este punto Sancho Panza –Johnny Depp– ya era un actor de primera y sus compromisos de farándula dificultaban ponerle fecha al rodaje. A los pocos años lo reemplazaron, pero su ausencia no importó mucho, pues no se recaudaron fondos de todas formas.

En 2014, Gilliam intentó de nuevo. Iba a hacer su película y lo único que lo podría detener era la tumba. Logró financiación para comenzar, pero no suficiente, y mientras conseguía más se le murió el protagonista, esta vez John Hurt. Dios existe y odia a Terry Gilliam. O sólo lo quiere enloquecer lo suficiente como para que entienda al Quijote.

Contra toda expectativa, la película terminó de grabarse y se puso fecha para Cannes. Se esperaba que un virus masivo infecte los archivos o un incendio destruya las cintas. Pero no. La película se estrenó en el festival y llegó a los cines europeos. No hay fecha para las salas mexicanas, pero tuve el privilegio de verla, pues tecleo esto desde la península ibérica.

Adam Driver es Toby, un cineasta rodando en España un quijotesco comercial. Dando una vuelta en moto descubre lo cerca que está del pequeño pueblo donde, una década antes, grabó su propia adaptación del Quijote. Ahí se reencuentra con Javier (Jonathan Pryce), el zapatero al que le había dado el papel protagónico, quien se ha convencido de que es el legendario hombre De La Mancha. Javier reconoce a Toby como su Sancho y lo arrastra a una aventura del psique.

Gilliam y Cervantes están hechos el uno para el otro. Se asoma por los bordes de la pantalla un espíritu de locura, de inocencia, de un alma maldita con creatividad que sólo quiere contar historias sobre contar historias. Caótica, cacofónica, estirada y jovial, la película celebra su propia existencia a la vez que se viste de surrealista: sólo en un sueño tiene sentido lo que retrata, como por 30 años únicamente en un sueño podría llegar esta película al cine.

Decir que la película es de doble sentido sería un insulto a lo meticuloso y multifacético del guion. La película existe en el umbral entre lo simbólico y lo imaginario, divorciada de lo real, sumergida en lo absurdo y derrochante de metatextualidad.

¿Quién necesita cordura cuando puedes perseguir el sisífico sueño de poner al héroe de Cervantes en pantalla? ¿Quién necesita realidad si puedes dejarte seducir por la ilusión de ser Don Quijote de la Mancha? Esquizofrénica y posmoderna, “El hombre que mató a Don Quijote” es la mejor película que verán este año.

Por Gerardo Novelo
gerardonovelog@gmail.com

* Estudiante de Comunicación. Pasa mucho tiempo pensando en cocos y golondrinas.

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