Un libro para Luis Lorenzo

Por: Alejandro Fitzmaurice 

 

Llegará el día en que mi hijo me pida un libro para leer — espero en Dios— y no tengo todavía muy en claro qué voy a recomendarle. Me preocupa porque pedir un libro cuando se es niño me parece un acto definitorio que establece dos futuros irreconciliables: ser un posible lector asiduo o convertirse en un eterno detractor de toda letra que prometa horizontes más lejanos que el de las ventanas de la casa.

Así, supongo que una de mis primeras opciones sería “El Principito” de Saint-Exupéry, un extraordinario libro de prosa sencilla y con lecciones que, tarde o temprano, cualquiera sabe valorar, sin embargo, acaso la ternura del protagonista pudiesen aburrir al atrabancado ése —mi hijo, en este particular caso— que no para hasta las nueve de la noche y que sólo un minuto antes de caer rendido deja de pensar en la arena de los parques.

Por otra parte, alguien alguna vez, ante esta misma cuestión, me sugirió a Charles Dickens. Yo, por supuesto, me admiré de su respuesta, no porque “Oliver Twist” sea el libro ideal para iniciar en la lectura a un niño, sino por el valor que se requiere para terminarlo. Vaya, creo que Dickens es grande, pero una novela con largas y valiosas descripciones de calles londinenses, no se me hace la mejor opción para las mentes impacientes de hoy.

Por ese mismo rumbo van “La isla del tesoro”, “Huckleberry Finn” y “Robinson Crusoe”: todos son libros que marcan, pero que requieren una paciencia que sólo desarrolla la primera lectura, la estremecedora y la indispensable, la que estoy tratando de encontrar.

De esta forma, a lo mejor lo que se necesitan no son novelas sino cuentos, y allí, aunque con muchos finales tristes, Andersen se me asemeja entre los ideales, al igual que algunas narraciones breves de Quiroga. Merece mención, asimismo, J.K. Rowling, que no sé si tenga cuentos, pero sí una saga de novelas que puso a leer a millones de niños que dejaron prendido y alborotado al XBOX con tal de saber en qué acababan las aventuras del tal Harry Potter. No es poca cosa en días como éstos.

Hay que darle más vueltas al asunto. Como sea, te confieso, hijo, por si alguna vez lees estas líneas, que la tarea de encontrarte este primer libro hipotético es más placentera y menos difícil que soltarte la mano cuando llegas a la escuela.

Supongo que a todos nos pasa, pero a mí me rompes el corazón cada vez que me dices, como si nada y frente a la maestra, “adiós, papá”.

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