Cada día de cada semana de cada mes de cada año durante un lustro la niña subió la cuesta que separaba su casa de la casa del anciano que había sido su profesor de piano. Con un papel en la mano. El hombre ya no recordaba nada, el Alzheimer le había robado la memoria, aunque sus manos seguían siendo dulces y su mirada como siempre era noble…
Un miércoles falleció. Le despidieron con serenidad, como serena había sido su vida. Le dedicaron unos versos, amaba la poesía, y todas las flores de su cortejo fueron blancas. La niña ya había cumplido los catorce, y le despidiò rezando y con un clavel blanco. Se acordaría siempre de aquel gran maestro, un excelente pianista, un tipo genial.
Tras el entierro alguien le preguntó a la muchacha qué significaba lo del papel, por qué cada día le había llevado al hombre un papel. Ella repuso que como le gustaban tanto las canciones flamencas en cada jornada le había copiado y recitado una. Le preguntaron a la chica si tenía constancia de que el viejecillo hubiera comprendido y apreciado el gesto…
Ella, Manuela, dijo que no… pero que tampoco tenía constancia de lo contrario. Así que por qué no creer que sí lo había disfrutado con emoción? Y provocò sonrisas…
Dedicado a mi querida Manuela
Dedicado a todos aquellos que conviven, de verdad, con el Alzheimer
Dedicado hoy y siempre a Luisito