Vestigios de filosofías del jardín

Ángel Canul Escalante

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Recientemente un buen amigo me hacía saber uno de sus pasatiempos más personales, a saber, cuidar una planta de tomate. Sin saber bien cómo describir la sensación que sentía, me expresaba lo apasionante que una actividad en apariencia sencilla le llenaba de gratitud. 

En mi intención de ayudar definiendo el sentimiento que invadía a mi buen amigo, recordé una lectura sobre la experiencia embriagadora que un filósofo vivió con la jardinería y estuve en desacuerdo con mi amigo cuando se refería a tal actividad como un trabajo. 

Considero que la jardinería, esa profunda relación que el ser humano puede alcanzar con la tierra y sus plantas, se trata más bien de un arte, de una actividad humana. Cuanto más tiempo uno pasa en el jardín más respeto puede sentir por la tierra e incluso, por sus semejantes.

Para mi amigo su planta es un ser vivo, que requiere su atención, su tiempo e incluso, su escucha. El tiempo del jardín está fuera de la lógica de la producción. Uno no produce tomates, sino que en una relación armoniosa con la tierra uno es bendecido con tal vegetal. No podría ser más que el resultado de una relación amorosa. Sin el cuidado que aquel amigo le brindaba a su planta de tomate esta no podría retribuirle de tal forma.

Podríamos aprender más sobre el amor y la vida si nos relacionáramos más con las plantas y su forma de existir. Sin duda alguna aún tenemos mucho que aprender de ellas.