Por Eduardo Ancona Bolio*
eduardoanconab@hotmail.com
* Estudiante de Derecho y aspirante a diplomático con Ítaca en la mente.
Seis victorias y un empate bastaron para que Francia se alzara con la Copa del Mundo de la FIFA. La nota a lo largo del torneo, además del buen fútbol y la consistencia del equipo francés, fue su composición pluri étnica. La France no es un equipo de Napoleones que, como Julio Verne, imaginaban vueltas al mundo, pero también, como el escritor, nunca salían de su patria. Este, como el del 98, es un equipo diverso que se nutre de las dinámicas globales y que es consistente con el papel que su país juega en el concierto de naciones. Ante el aborrecible retraimiento y xenofobia del otrora leader of the free world, Francia y Alemania han tomado en sus manos la batuta de la libertad y pluralidad. Hace algunos años muchos dieron por sentado el rumbo de la civilización: en una constante más o menos uniforme iría hacia el desarrollo de las libertades, el fortalecimiento del multilateralismo y una, quizás velada, tolerancia de la diversidad.
Poco después vinieron los giros que todos conocemos. El Brexit, Trump, Le Pen y tantos casos más que evidenciaron que el rumbo del mundo no estaba del todo definido, o al menos no gozaba de respaldo unánime. Lo resumió con notable elocuencia el entonces Presidente Obama la noche de la victoria de Donald Trump: la historia no es una línea recta, sino un constante zig-zag.
Año y medio después, en donde así lo decidieron los electores, han tomado fuerza olas aislacionistas, globalifóbicas y enemistadas con el multilateralismo y la pluralidad. Sin embargo, en este periodo de tiempo tan caótico como inesperado, hemos empezado a ver luces de esperanza que nos indican que las dinámicas globales de interdependencia, diversidad y libertad, quizás puedan frenarse, pero pueden ser canceladas.
En estos días, y en dos ciudades de lo más disímiles, hemos visto muestras notables de la manera en que la diversidad traducida en fortaleza continúa siendo un motor insustituible.
En Moscú, Francia levantó la Copa del Mundo con un equipo que, incluso para los estándares de un país cuya mayor figura (Zidane) es argelino, es tremendamente plural. De los 23 seleccionados, tan sólo 4 son hijos de franceses, 15 tienen raíces africanas, 2 de las Antillas, 1 es hijo de filipinos y 1 de padre español y madre portuguesa. Esto es nada más una muestra de cómo una sociedad puede nutrirse de la inmigración y la diversidad: en respuesta a quienes señalan en la migración una fuente de incontables riesgos, este equipo construyó un campeonato del mundo.
Por otra parte, el viernes en Nueva York la comunidad internacional hizo historia. Se alcanzó el Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular, que busca gestionar por primera vez en la historia de manera universal los flujos migratorios. La columna vertebral del Pacto son 23 objetivos entre los que destacan el reconocimiento del derecho de los migrantes a servicios básicos en su país de destino, el compromiso para fortalecer las vías de migración regular, evitar la separación de familias y fortalecer el combate a la trata de personas. Si bien en este momento no es un documento jurídicamente vinculante, este pacto tiene un valor extraordinario, ya que es evidencia de un entendimiento común sobre la migración: todos los miembros de Naciones Unidas, salvo Estados Unidos, lo respaldaron. En Naciones Unidas, donde se materializa la conciencia de la humanidad, el mundo reconoció en la migración “una fuente de prosperidad, innovación y desarrollo sustentable en nuestro mundo globalizado”; y en la Copa del Mundo, en donde todo el mundo observa, los hechos lo confirmaron.
Dentro de un escenario de división plagado de adversidades, parece ser que al final del día, la igualdad, la diversidad y la integración prevalecerán al centro de la conciencia global. Porque, parafraseando a Albert Camus – no podía ser de otra manera, un francés nacido en Argelia-, en las profundidades del invierno, estamos descubriendo que en el espíritu de la humanidad habita un verano invencible.