Elogio porque sí a Roldán Peniche Barrera

Por Esteban Sanjuán

El tiempo se ha olvidado del maestro Roldán Peniche Barrera.

Se me ocurrió esa frase el domingo pasado, mientras me abría el portón para entrar a la casa de su hija, donde están sus libros, y por ende, donde vive él porque sencillamente me parece imposible que pueda distanciarse de ellos. No es ese tipo de hombre.

Justifico la frase inicial porque lo encontré exactamente igual a cuando lo entrevisté, hace ya casi 20 años, en el Salón de los Retratos del Palacio de Gobierno, exactamente en una banca a los pies de la genialidad de Castro Pacheco hecha pintura que es el cuadro de Nachi Cocom.

Por supuesto, aquella mañana, aunque ése no era el asunto, hablamos de aquel caudillo maya, de su ferocidad y tenacidad, y de cómo, sólo hasta el final de sus días, abrazó a medias la fe católica porque cuenta el propio Roldán —me va a perdonar por tutearlo, maestro— que Landa ordenó exhumar su cuerpo y quemar sus huesos cuando se enteró que, a escondidas, siguió adorando a los dioses paganos de sus abuelos.

Siempre, siempre pasa eso con él. Uno va a preguntarle sobre historias y termina, gozoso, escuchándolo hablar de los otros cientos de relatos que conserva en la memoria. El domingo pasado, que dijo todo sobre Salvador Alvarado, me narró además algunas anécdotas de su estancia en Estados Unidos para una novela que ya escribe y que me reservo por respeto.

No sé si le han brindado homenajes suficientes a un maestro que ha dedicado la vida a resguardar las riquezas históricas y culturales de nuestro estado.
No sé si Yucatán ha valorado lo suficiente a un intelectual que contesta incluso los sábados a las ocho de la noche (¡qué vergüenza!) para aceptar entrevistas y recibir en domingo a aficionados de historia que tienen dudas sobre saqueos a la Catedral.

No sé siquiera si a Peniche Barrera le interesan tales reconocimientos y loas. Personalmente, sospecho que no.

Pero por si las moscas, que siempre salen sobrando, aquí le va uno que no pidió. Un agradecimiento pigmeo para un gigante de la historia de Yucatán.
Y claro: ojalá el tiempo siga teniendo mala memoria.

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