La esquina de El Zopilote y el paso de Fidel Castro por la capital yucateca

En 1955, este lugar recibió a Fidel Castro Ruz y Ernesto El Che Guevara, previo a encabezar la Revolución Cubana en 1959

Enigmáticas son las historias que giran en torno a los nombres de las esquinas de Mérida, y en esta ocasión retomamos una aportación del periodista Francisco Chi Lavadores, quien compartió la reciente reapertura de una tienda ubicada en la calle 65 por 70, y que lleva el nombre de dicha esquina: El Zopilote.

De entrada, es importante recalcar que, de manera original, el negocio fue fundado por don Tomás Madera Collí en 1920, y que en la década de los años cincuenta, específicamente en 1955, fue el lugar en el que trabajaron y recibieron hospedaje y alimentación, primero, Fidel Castro Ruz, al que después se le unió Ernesto “El Che” Guevara, previo a encabezar la Revolución Cubana en 1959.

“Según me contaba mi abuelo, ellos dormían en un rincón, donde les colocaron sus catres por mi bisabuelo que comentaba que llegaron descalzos ofreciéndose a ayudar en la tienda”, dice Carlos Manuel Cornejo Madera, quien para evitar que se pierda la costumbre de llamar a la esquina “El Zopilote”, en diciembre pasado, con el apoyo de su madre, Dori Addy Madera Santana, abrió de nueva cuenta un establecimiento con este nombre, nada más que en un espacio posterior al lugar original, que hasta hace unos años funcionó con el nombre de “La Bendición de Dios”.

La tienda original cerró en 1980, y don Tomás Madera Pérez, hijo del dueño original, abrió una panadería en un predio de la calle 65 a unos tres predios de la 65.

“Se llamaba la Panadería de Don Tomy, yo crecí allá ayudando a embolsar los bizcochos y luego horneado las barras, cerró hace 15 años después de que se quebró el horno, que tenía forma de iglú con su crisol, buscamos a alguien que la reparara, pero no se pudo”, explicó el entrevistado, quien labora en el lugar junto a su esposa Citlali Aguilar, que por cierto recordó con mucho cariño a su padrino don Alberto Rodríguez Buenfil, con quien trabajó en Grúas Roffil.

“En el puestecito todos los días, a excepción del domingo, además de galletas, refrescos y un poco de abarrotes, vendemos antojitos como salbutes, panuchos y garnachitas, y al medio día tenemos dos guisos y los sábados tacos y tortas de cochinita una semana, de lechón, la siguiente de relleno negro y luego de escabeche”, explica Carlos Manuel, quien nos platicó sobre la razón por la que esta esquina se llama “El Zopilote”.

Se cuenta que en 1696 un ex corregidor de indios y capitán de guerra llamado don Rodrigo de Zieza y Soberón recibió un ‘castigo divino’ tras haberse negado a ayudar a una persona que agonizaba en la esquina frente a su casa. De acuerdo con el relato, don Rodrigo murió súbitamente “como si le cayera un rayo” después de que un zopilote, que se había posado en el cuerpo del fallecido, voló sobre su casa.

Posteriormente se supo que el muerto se trataba de un hombre acaudalado que había sido arruinado por el ex corregidor, por lo que se dijo que su espíritu se había convertido en zopilote para vengarse de don Rodrigo.

La otra historia detrás de la esquina de “El Zopilote”, asegura que en el tiempo de la colonia vivió en Mérida un extraño extranjero conocido como don Íñigo de Arzate Pantoja y Peñaloza, quien había sido marino y militar.

El excéntrico hombre aseguraba haber recorrido los siete mares y fue durante uno de estos viajes que recibió un polluelo de buitre que solamente se alimentaba de carne humana. Los vecinos del rumbo comentaban todo tipo de cosas sobre el sujeto y su peculiar mascota y poco imaginaban que don Íñigo había adquirido gustos caníbales.

Fue así que durante un tiempo los niños comenzaron a desaparecer en las calles cercanas a donde ahora se encuentra la esquina, lo que llevó a los vecinos a sospechar del enigmático extranjero, pero éste también se esfumó.

De acuerdo con la tradición oral, pasados los años, y armados de valor, un grupo de hombres decidió entrar a la casa donde realizaron un descubrimiento pavoroso, ya que encontraron numerosos huesos enterrados en el patio que correspondían a los de los niños presuntamente secuestrados y devorados por el zopilote y su amo.

Texto y fotos: Manuel Pool