La economía en años atrás estaba basada en las llamadas encomiendas, que se le otorgaban a los conquistadores para que recibieran tributo a cambio de proteger a la población y enseñar su doctrina
Un interesante documento encontrado en internet nos transporta al Yucatán del siglo XVIII y XIX, para conocer cómo se fueron formando las haciendas que en su momento se dedicaron a la ganadería y posteriormente a la siembra del maiz, y finalmente al henequén tanto en Umán como en Kanasín, donde inclusive se relata cómo la Hacienda San Pedro Nohpat en su momento se integró con la unión de dos fincas.
En su obra denominada “Los márgenes de Mérida, de la época colonial a 1917. Apuntes sobre la historia olvidada de Cholul, Kanasín, San José Tzal y Umán”, Laura Machuca Gallegos nos recuerda que la economía en tiempos de la colonia estaba basada en las llamadas encomiendas, que se le otorgaban a los conquistadores para que recibieran tributo a cambio de proteger a la población y enseñar su doctrina.
Por ejemplo, en cuanto al pago a los encomenderos, se sabe que en 1699 había 200 tributarios en Cholul (junto con Conkal), que daban a doña María Tomasa Antonia Enríquez de Noboa 50 mantas, 100 fanegas de maíz y 200 gallinas con un equivalente de 312 pesos cada seis meses. Dichos productos en los que se incluía la cera eran vendidos en mercados exteriores a la península de Yucatán.
La encomienda fue el sistema económico regional más importante hasta 1785, en que se abolió, y en el caso de Kanasín, aunque no se sabe exactamente cuándo se fundó la población, sí se tiene conocimiento de que de acuerdo con las Capitulaciones de Granada, el 8 de diciembre de 1526, fue dada en encomienda. Algunos de sus titulares fueron Antonio de Yelves, y luego, su hijo, Andrés de Yelves, que en 1607 tenía 160 indios tributarios. También figuran Manuel Rodríguez de Sosa que en 1649 tenia 215; Francisco de Sosa 1700 con 207; mientras que para 1724, Josefa Diaz Bolio tenía 211 y luego Sor María Josefa en 1733 tuvo a 155.
Varios encomenderos yucatecos fundaron estancias para la explotación de ganado, para que fungieran como centros de cobro del tributo, para abastecimiento de carne a las ciudades, entre otros. Las estancias empezaron como unidades económicas con pocos trabajadores e instalaciones más bien rústicas, aunque ya contaban con mano de obra fija. La investigadora Manuela García Bernal (2006) cita el ejemplo de la estancia Nohpat, ubicada en Umán, y de la de Teya, en Kanasín, y ha mostrado que no sólo eran de las más grandes para el siglo XVII, sino también de las más rentables.
Generalmente, los pueblos indios abastecían de maíz a la ciudad, pero debido a un descenso de población, a fines del siglo XVII y principios del XVIII se presentó una severa carestía. De esta manera, los estancieros introdujeron la siembra de maíz en algún momento del siglo XVIII. Fue entonces que la estancia inició su transformación a hacienda, por varias causas, entre ellas el paulatino ascenso demográfico de los mayas y su necesidad de alimentarse.
La competencia por el acceso a la tierra creció, y todos aquellos que no alcanzaron a recibir algún terreno, debieron ingresar a las filas de la hacienda. Así es que en la época colonial el acceso a la tierra se dio de diversas maneras: las estancias lo hicieron por merced real, por compras o por despojo.
En el siglo XIX siguieron casi las mismas vías, favorecidas por una serie de nuevas leyes que permitieron el desarrollo y consolidación de la hacienda que se convirtió en uno de los principales sistemas económicos de Yucatán.
Por último, a todo lo anterior habría que agregar la necesidad de buscar nuevas alternativas económicas para un grupo mayoritario: los pequeños y medianos propietarios pertenecientes a los estratos medios, que vieron en la hacienda su futuro. Se calcula que entre 1880 y 1915 existieron en Yucatán cerca de mil haciendas henequeneras.
Texto y fotos: Manuel Pool / Cortesía