¿A qué estamos jugando, señores?

Por Arturo Platas

Real Madrid 0, Fútbol Club Barcelona 3, y con un marcador global de 1 a 4, los catalanes entran a la final de la Copa del Rey para enfrentarse ante el Valencia en la búsqueda de su quinto título consecutivo. Esto podría sonar como algo mítico para el conjunto de Ernesto Valverde, un parteaguas en la historia de los blaugranas al liquidar con goliza de visitante a los merengues, desgraciadamente no puede ser algo más alejado de la realidad.

Es la primera vez en años que me siento indiferente ante una victoria del Barcelona en “El Clásico”, y no lo digo porque ya llevemos años haciéndolo, sino porque en el partido del pasado miércoles vi a mi equipo convertirse en lo que siempre juré odiar, en el mismísimo Real Madrid.

Un juego colectivo del asco, en donde las individualidades son las únicas que cuentan para rescatar el partido, una súper atajada de Ter Stegen, unos desbordes al costado de Dembélé que terminaron en jugadas de gol y, por supuesto, la suerte que el equipo contrario no tenía pegada para definir sus jugadas.

Cero goles, pero los blancos jugaron mejor, así de fácil, y antes del partido tenía una idea de que más o menos así serían las cosas, pero es que jamás me imaginaría lo irreconocible que se verían los jugadores blaugranas, sin regate, sin ideas, sólo especulación en la defensa y contrataque.

Tal vez el Madrid haya perdido este partido, pero reconozco que si Vinicius Jr. trabaja un poco, no mucho, pero un poco en su definición y Sergio Reguilon se convierte en titular definitivo, puedo ver que para un futuro no muy lejano, el equipo del juego asociativo con jóvenes canteranos en España, no será el Barcelona.

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