A Santos Iván Irigoyen Ayora le pagan por no tener miedo. Guardián del Cementerio General desde hace ocho años, casi siempre en el turno nocturno, confiesa que no estaba listo para el trabajo los primeros días. Parecía una labor sencilla después de diversas experiencias como vigilante, confiesa, pero la realidad de las noches en uno de los camposantos más viejos del país –se comenzó a enterrar allí, la antigua hacienda de Xcojolté, en 1821– es todo menos fácil.
–En un sitio como éste, tan grande, hay mucha energía. Hay gente que no lo cree […] yo más que nada tengo respeto, aunque aquí vienen a hacer muchas cosas, vienen a hacer brujería, lo que a mí no me gusta, porque antes que nada, para mí, antes que cementerio, éste es un camposanto —afirmó.
Las versiones de que la tierra de panteones poseen poderes sobrenaturales provienen desde la Edad Media. Una vieja leyenda narra que miles acudían a la tumba de san Oswaldo para tomar la tierra, mezclarla con agua y hacer que los enfermos la bebiesen a fin de que, al instante, quedasen sanos. Por supuesto, brujos y hechiceras narran que esto también puede usarse para hacer el mal. Basta utilizar tierra de panteones cargada con la energía de los muertos.
Irigoyen Ayora, sin embargo, no concuerda con esta idea: — Acá no pueden decir que la tierra es mala. Los brujos se basan de eso para hacer sus cosas, pero acá todo es bueno, no es malo, al contrario, aquí tenemos familia, gente como nosotros […] y no puede ser que sea un sitio malo, aunque sí es un sitio en el que hay que guardar respeto, porque sí hay almas en pena […] una vez platiqué con una vidente y me dijo que hasta carruajes pasaban —argumentó.
Camposanto o cementerio, tierra santa o maldita, don Santos reconoce a fin de cuentas que “mucha bruja y brujo” acudió al Cementerio General. Sentados en la escarpa, y a unos metros de la reja de la entrada principal, explicó las distintas ofrendas, amarres y animales que se encuentran sin faltan los martes y los viernes, días propios para los trabajos de brujería.
—Si ves aquí la reja tiene hilos negros. Yo los voy quitando, pero hay unos que están muy enredados: son hechizos que hacen […] aquí en la reja nos dejan muchas frutas […] es una ofrenda que hacen. Para mí, no es gran cosa. El otro día trajeron una botella de vino, se ve que sí está el corcho, pero se nota que le inyectan algo. Yo, cuando veo todo eso, yo lo boto, porque también hacen cosas malas. El otro día, y es algo que he visto varias veces, traen fetiches (muñequitos): hay fotos de hombre, mujer… yo lo que hago es que no lo toco con mis manos, lo hago con mis pies. Veo que se le quite todo lo que le ponen, ya sea agujas o alfileres, es una ayuda que yo les hago (a las personas a las cuales va dirigido ese trabajo) —reconoció don Iván.
Otros objetos que dejan en la entrada del camposanto son vasos de agua con líquidos azules, amarillos o rojos. Según el guardián, objetos que provienen de “brujos ya más fuertes” y que también incluye animales como gallinas, ya sea vivas o muertas.
—Lo que no me gusta es que nos traen gallinas que ya no tienen cabeza. Lo dejan aquí, en la reja, porque no entran. Lo hacen por la madrugada del viernes, porque ese día, cuando ya más tarde abro la reja, siempre hay aquí ofrendas […] (suele ser viernes) porque es el día de los hechizos, el día de la brujería — sostuvo.
Entre las distintas experiencias que, como vigilante del Cementerio General ha tenido con brujos y ofrendas para trabajos de hechicería, Irigoyen Ayora destacó el encuentro con un hallazgo que incluso implicó pedir el apoyo de autoridades policiacas.
—Vine para hacer el turno de la noche. Estaba el vigilante de la tarde y me dijo: –don Iván, vinieron unas personas, pero me dieron miedo. Hicieron algo malo. –¿Y qué hicieron? –le pregunté. –Pues sólo vi que dejaron ofrendas, dejaron muchas cosas, pero no me acerqué. –Pero te hubieras acercado, hablado a la policía… Pero no, él sintió miedo. Entonces le pregunté: –¿Y qué dejaron? –Dejaron un contenedor verde. Fuimos allá para verlo. Él no había tocado nada, y yo, pues, no soy de sentir miedo […] fui y pateé el contenedor y aparecieron 15 cráneos, qué trajeron de quién sabe dónde. Y claro que fue cosa grande, porque se tuvo que dar reporte […] entonces acá hay mucha maldad. Hay gente mala y gente que paga para que perjudiquen a los que ellos quieran, al esposo, a la esposa —recordó.
Santos sigue pensando que sólo pierden su tiempo y nadie le va a hacer creer lo contrario: habrán ánimas rondando, ángeles que le brinden consejos y hasta fantasmas que le susurran historias al oído –tal y como narró– pero desde hace ocho años resguarda un camposanto, nunca un cementerio maldito.
Aseguró que, mientras pueda, seguirá deshaciendo los trabajos, ofrendas o amarres que encuentre en la reja de la entrada. Cazador de hechicerías, antes de este texto, seguramente usted no lo conocía y él, con certeza, tampoco sabe de su existencia.
Sin embargo, si es posible que alguien nos quiera muertos o malditos, también es posible que, alguna madrugada, al desatar algún nudo o dispersar el alfiler clavado en algún muñeco con nuestra foto, don Santos Iván Irigoyen Ayora, sin saberlo, sin siquiera sospecharlo, también nos haya salvado la vida.
Sí, reírse es una opción, pero qué garantías ofrece la ciencia contra gallinas degolladas, lazos negros y aguas turbias. El primero que vea su foto en un muñeco repleto de alfileres que tire la primera piedra de escepticismo y que se santigüe en el nombre de Isaac Newton. De corazón, ojalá que el método científico venga en su ayuda.
Texto: Alejandro Fitzmaurice
Fotos: Manuel Pool