Anaya, entre ser y parecer

Por Eduardo Ancona Bolio*
eduardoanconab@hotmail.com

* Estudiante de Derecho y aspirante a diplomático con Ítaca en la mente.

Las últimas semanas se han ocupado en responder ¿quién ganó el debate? Sin embargo, la respuesta que se da a esta pregunta, en realidad responde otra distinta e igual de importante, ¿quién ganó el posdebate?

El gran ganador del posdebate fue Ricardo Anaya. Buena parte de las opiniones en periódicos, radio, televisión e internet recogen su habilidad debatiendo y la visible preparación con la que acudió al evento.
Medir el efecto directo de un debate en las encuestas es muy difícil: su influencia real en la intención del voto es en buena medida incierta. En un artículo en Excelsior María Amparo Casar dio cuenta de cómo en la mayoría de los casos los resultados del debate –a menos de que algún candidato dé un nocáut al estilo de Diego Fernández de Cevallos en 1994, cosa que no ocurrió en este caso– no se traducen en más de 3 ó 4 puntos en el mejor de los casos. Así lo confirman las últimas encuestas.

Sin embargo, para Ricardo Anaya la importancia del resultado del posdebate es otra. Las buenas opiniones sobre su desempeño tienen una importancia total, ya que lo hacen parecer mucho más competitivo de lo que es en las encuestas. En su corte del 18 de mayo, Oraculus, aún sin recoger los resultados del debate, tiene a AMLO con 43,9% y a Ricardo Anaya con 30.5%: en números cerrados, una diferencia de 13 puntos, más o menos 7 millones de votos.

Antes del debate lo que alcanzo a percibir del sentir general estaba en consonancia con las encuestas: la victoria de López Obrador parecía inevitable. Después de éste, sin mayor sustento en los números, el ambiente cambió levemente: para muchos analistas y ciudadanos el desempeño de Anaya lo trajo de vuelta a la competencia. Su actuación en el debate construyó una narrativa nueva: hay una expectativa de crecimiento en el voto de Anaya que antes no existía.

El posdebate creó la sensación de que Anaya, ahora sí, está de frente a AMLO. Y aunque la distancia en las encuestas todavía es enorme, me parece que la distancia discursiva y dentro del imaginario colectivo se redujo significativamente, lo cual es una ventaja, ya que puede ser suficiente para atraer algunos votos independientes dentro del PRI y Morena, así como también del enorme número de indecisos (aproximadamente 1 de cada 4 ó 5 electores), y empezar a transformar la posibilidad en realidad.

Es decir, la expectativa de crecimiento que generó la participación de Anaya en el debate y la positiva acogida que recibió en el posdebate, puede ser suficiente en sí misma para atraer votos reales que le den sustento fáctico a la propia expectativa y generen un circulo virtuoso a favor del panista. Sin embargo, el momentum del posdebate se ha acabado, y el Ricardo Anaya encendido de aquel domingo y los días siguientes ha bajado intensidad.

Anaya aún no es verdaderamente competitivo, pero cambiar la percepción de las cosas es el primer paso para cambiar las cosas. Y eso es un avance importante. Ahora tiene casi 50 días con una última para hacer algo que aún se antoja bastante complicado, si no es que imposible: recortar la distancia entre parecer y ser.

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