Columna | Relato ficcional de una tarde lluviosa

Por: Jhonny Eyder Euán

Mastico carne mientras escucho a dos comensales hablar de sus mascotas como si fuesen humanos. “Me enojé porque se comió mis galletas, pero luego se acercó y me abrazó; no puedo molestarme por muchas horas con ella”, dice uno. El otro escucha, ríe y también relata las aventuras de su gatita.

Su plática es tan graciosa que por momentos se me quiere formar una sonrisa en el rostro y me dan ganas de hablar con ellos. Sin embargo, no tengo mascota a la que ame tanto y tenga nombre de persona. Lo que sí tengo es un montón de tristeza y libros que he decidido vender. No hay de otra. Así como una fuerte lluvia golpea los ventanales del comedor, así espero que los ratos de lectura regresen de alguna u otra forma a mi vida. Vendo libros, ropa y también mi tiempo, pues justo hoy es mi último día aquí. El dinero comenzará a escasear y para colmo, hoy también me humillaron de la forma más vil.

Un amigo presentó su primera exposición fotográfica en el museo de la ciudad. Fui una de sus invitadas de honor, pero él no estaba en la puerta cuando llegué y la alegría se rompió porque me negaron el acceso. Me identifiqué pero el guardia sólo replicó el “no”. Aseguró que en el museo no se permite la entrada a mujeres con el pañuelo verde.

“La verdad es que me da mucho miedo dejarla tanto tiempo sola”, dice uno de los tipos mientras intento aguantarme las lágrimas, algo que me cuesta más que tragarme la carne y el arroz. Mi amigo me escribió para disculparse por lo que pasó. Él no se enteró al momento, y yo no quise molestarlo, debía estar tranquilo y triunfar. Su talento no tiene la culpa de que México sea un país lleno de gente estúpida que no respeta los ideales ajenos.

Un tercer tipo entra al comedor y enciende el televisor colocado en la pared. El canal que cubre la pantalla es el noticiero de la tarde. Hay un enlace en vivo desde el Palacio de Bellas Artes, donde se armó un desmadre. El mexicano y su machismo a todo lo que da. El relajo es por una pintura de Emiliano Zapata que un artista pintó poniendo al revolucionario desnudo, con tacones y sobre un caballo que tiene el pene erecto. Mi desánimo se medio pinta de risa al ver a cientos de campesinos desafiar la tormenta que hoy azota a la ciudad, e ir al recinto para intentar destruir esa obra.

Ojalá recapaciten y dejen de ser intolerantes. Pero lo dudo, muchos no encuentran la paz sin antes lograr sus objetivos, como el mío ya es adoptar una mascota.

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