De la grandeur a las cenizas

El 11 de noviembre, Emmanuel Macron recibió al pie del Arco del Triunfo a varios jefes de Estado internacionales. Entre ellos, el estadounidense Donald Trump y el ruso Vladímir Putin. La conmemoración del fin de la Primera Guerra Mundial fue, para Macron, la ocasión de criticar en un discurso vibrante el nacionalismo que ningún líder representa tan bien como Trump. También le sirvió para ensalzar la grandeur francesa, simbolizada por el monumento frente al que pronunció el discurso y por la tumba al soldado desconocido cuya llama arde eternamente.

Recién aterrizado desde Buenos Aires, donde participó en la cumbre del G20, Macron volvió ayer domingo al mismo lugar. Lo que vio fue muy distinto. Las paredes del Arco del Triunfo estaban llenas de grafitis, muchos ofensivos contra Macron. Las taquillas donde los turistas compran los billetes para subirse al tejado del monumento estaban destrozadas. Solo la llama del soldado desconocido se mantenía intacta. El resto del templo republicano había sido objeto de los destrozos y el vandalismo en la manifestación de chalecos amarillos del sábado en París.

No había restos de grandeur en el profanado Arco del Triunfo ni en sus alrededores. El balance en París: 112 vehículos quemados, incendios en seis edificios, 133 heridos (entre ellos 16 policías), 380 detenidos e imágenes de destrucción y caos en las televisiones y prensa de todo el mundo.

La violencia descontrolada puede comprometer tanto a las autoridades, que no supieron evitarla, como al movimiento de los chalecos amarillos y a los políticos de la oposición que lo jalean como un proyecto insurreccional. El Gobierno francés ha asumido que los responsables fueron grupos exteriores a los chalecos amarillos. Sobre el terreno, en medio de la confusión que rodeó la manifestación, era muy difícil distinguir a unos de otros.

Después de visitar el Arco del Triunfo, Macron paseó por la cercana avenida Kléber. “Macron dimisión”, gritaron unos chalecos amarillos. Otras personas le aplaudieron. En la avenida quedaban los esqueletos de varias motocicletas, una camioneta y un automóvil, incendiados la noche anterior. El presidente de la República pudo sentir el olor a gasolina y ceniza.

Queda lejos la solemne conmemoración del 11 de noviembre, y el discurso ante un líder como Trump, que se alimenta de un hartazgo parecido al de los chalecos amarillos. El paseo de Macron por el Arco del triunfo y la avenida Kléber, entre ruinas de coches y vitrinas reventadas, tuvo algo de paseo melancólico por las ambiciones frustrada de una presidencia.

El presidente francés pidió ayer al primer ministro, Édouard Philippe, que se reúna con la oposición y con los “chalecos amarillos” para buscar una salida a la crisis nacional provocada por sus protestas por la subida del coste de la vida, mientras el movimiento insta a nuevas manifestaciones.

No hubo comunicado tras el encuentro ni intervención del presidente, a quien políticos y prensa nacional esperaban escuchar, tras solo haber hecho una breve referencia desde Buenos Aires, donde participaba en la cumbre del G20.

“Siempre respetaré el desacuerdo, siempre escucharé a la oposición pero jamás aceptaré la violencia”, dijo el sábado.

Según fuentes del Elíseo, Macron instó a Philippe a reunirse con los jefes de los partidos con representación parlamentaria y con los representantes de los manifestantes, sin dar una fecha concreta, con la voluntad de “dialogar”. Y solicitó además una “reflexión sobre la adaptación del dispositivo de mantenimiento del orden en el futuro”.

Philippe podría encontrarse de nuevo con la inverosímil situación que vivió el pasado viernes tras haber invitado a una delegación de “chalecos amarillos”. Solo se presentaron dos miembros de este colectivo: uno que quiso guardar el anonimato y otro que se marchó minutos después de llegar ante la negativa del primer ministro a que se filmara la reunión.

Texto y fotos: Agencias

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