Después del dolor

Jhonny Eyder Euán

jhonny_ee@hotmail.com

Cuando dejé de confiar en mí comencé a sentirme perdido en un campo de cosechas muertas a mitad de la noche. Cuando me quedé sin fuerzas me fui al carajo y caí tan fuerte que a veces pienso que sigo inconsciente en el suelo bajo la cama.

Me decían drogadicto del optimismo y la perseverancia. Era incansable y mi descanso era volver a casa para abrazar a Catalina. Cenábamos y luego un buen café me acompañaba para hacer los apuntes de cosas por hacer a mediano y largo plazo.

Si bien había días difíciles, las tormentas siempre cesaban y revelaban detalles que me ayudaban a mejorar en lo personal y profesional. Me sentía capaz de lograr mis metas y tenía el respaldo de mi familia. Pero por desgracia todo cambió con la llegada de un nuevo año.

Antes de la primavera comenzaron las malas noticias. Inició una pandemia que obligó a muchas personas a permanecer en sus casas para salvaguardar su integridad. Le pasó a Catalina y a los pequeños, a los vecinos y varias personas de la colonia. Sin embargo, yo no corrí con esa suerte.

En este punto es cuando lamenté mi excesiva dedicación al trabajo. Tener que salir cuando medio mundo no lo hacía me hizo ser vulnerable, un blanco fácil. Entonces, fue cuestión de días para que el virus me atacase. Y lo hizo de una forma lapidaria.

Cuando me enfermé caí en un espiral de inestabilidad que me deprime recordar. Tuve que encerrarme en mi cuarto por semanas, medida que había sido en vano, porque Catalina también se enfermó. Los dos atados sin cuerdas a la cama en cuartos separados, mientras los niños tuvieron que irse con sus abuelos porque nosotros éramos incapaces de cuidarlos.

A los días de contagiarse, Catalina murió y ni siquiera pude despedirme de ella porque apenas podía mantenerme despierto en la otra habitación. Uno de los niños era asintomático y contagió a mis papás. Ambos murieron a la semana y yo seguía sin fuerzas y sin poder moverme.

Tardé tres semanas en recuperarme por completo de la enfermedad, pero seguía enfermo de tristeza. Los niños volvieron a la casa para encontrarse con un tipo hecho mierda que había caído en depresión.

No volví al trabajo ni a la calle. Comencé a pasar los días en la habitación sin ganas de enfrentarme a mi nueva realidad. La hermana de Catalina se llevó a los niños para apoyarlos en sus clases, pues yo me convertí en alguien incapaz de ayudar.

Dejé de confiar en mí, en mi optimismo y la fortaleza para afrontar los problemas. Me entregué al desconsuelo y al caos generado en el mundo. Me entregué a lo que sea en mi triste cama hasta que un efímero y espontáneo lapso de reflexión introspectiva me hizo recordar que después del dolor viene un poco de alivio y claridad.

Ver las cosas con más luz me hizo valorar que seguía con vida; era uno de los sobrevivientes y debía aprovechar eso, porque de lo contrario le estaría fallando a toda esa gente que no pudo evitar la muerte.

Así es como poco a poco rearmo los partes de un presente roto. Voy recuperando las fuerzas y el ánimo para valorar lo que tengo. Hoy los niños regresan a la casa y les compré un pastel, porque como Catalina, adoran las cosas dulces de la vida.

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