Día de la mujer. Por favor, no me feliciten

Por Lorena Hernández

no tengo nada qué celebrar. Por favor, no me feliciten.

Vivo en un país en el que a diario asesinan a diez mujeres y en donde cientos, miles, desaparecen sin dejar rastro. En este país millones de mujeres y niñas son violentadas de todas las formas posibles, todos los días, en la calle, por extraños y peor aún, en sus propias casas, por sus parejas, padres, padrastros, hermanos, hijos, nietos.

Ayer un amigo de la secundaria nos mandó un meme al grupo de exalumnos del whats donde un tipo se burla de haber golpeado a su mujer. “Mi esposa estaba doblando la ropa y me pidió un gancho. Lleva 12 minutos tirada, le hace falta ver más bax”. Es sólo un chiste dirán los políticamente incorrectos. De hecho tiene gracia pero ya no estoy dispuesta a festinarla aunque así nos hayan educado.

Todo ha sido difícil. Como tantas he sido violentada dentro y fuera de casa. Mi vida ha estado en riesgo real en varias ocasiones.

Casi nada ha cambiado desde que era niña. Mis abuelas fueron mujeres apegadas a la tradición familiar, dependientes de los hombres, machistas. Mi madre en cambio era una rebelde enfática y maravillosa, una feminista que no fue a la Universidad. Si a alguien le debo entenderme en el mundo como mujer (que por otra parte no es ningún logro, mera biología) es a ella. Pero todo ha sido difícil. Como tantas he sido violentada dentro y fuera de casa. Mi vida ha estado en riesgo real en varias ocasiones. Cualquier tipo en la calle me ha insultado, tocado y agredido sólo porque se le dio la gana, sólo porque era más fuerte que yo, sólo porque le aseguraron que podía hacerlo y que eso también significaba ser hombre.

He sido acosada sexualmente por colegas y superiores jerárquicos en diferentes espacios.

Hace poco veía el posteo de un periodista nayarita que me felicitaba por exponer mi caso como víctima de violencia familiar y recordé que siendo yo una reportera adolescente un hombre me arrinconó en una cabina telefónica, en una sala de prensa en medio de decenas de personas para obligarme a besarlo, cosa que logró a medias a pesar de decirle enfáticamente: “¡no, déjame!” Nadie hizo nada. Yo estaba arrinconada ahí, con ese hombre encima mío; tendría unos 16 años y él más de 30 y nadie hizo nada.

Ahora comparte fotos con sus hermosas hijas, jóvenes adultas y me pregunto cuántos tipos como él mismo las habrán violentado también a ellas.

Luego me subo a un vuelo en la ruta México-Monterrey y el 90% de los pasajeros son hombres. En la primera clase hay catorce hombres y dos mujeres. La mayoría de esos hombres van a trabajar, a citas, a juntas, a reuniones. ¿Dónde están las mujeres?

Estamos en 2019 y se prende una nueva oleada precisamente en Nuevo León para criminalizar el aborto. ¿De dónde viene?

¿Por qué las mujeres somos siempre las enemigas? No nos dejan ser dueñas de nosotras.

Jamás aborté. Solo me embaracé una vez después de mucho buscarlo y tengo la fortuna de ser madre de Loretta, pero eso no significa que no haya visto a mis amigas sufrir por abortos clandestinos, endeudarse para pagarlos, padecer en secrecía el dolor y la culpa y muchas veces consecuencias graves de salud; a otras tantas la vi tener hijos no deseados, dejar sus carreras a medias, entrarle a la vida porque no quedaba otra y pagar casi siempre solas los platos rotos mientras sus hombres solían escurrir el bulto con notables excepciones.

¿Qué celebramos? Si a duras penas se va a lograr (en teoría) que no se quiten los refugios para mujeres violentadas. ¿Y nuestras muertas? Y todas esas mujeres y niñas asesinadas y desaparecidas a diario. ¿A ellas quién las va a buscar además de sus madres? ¿Quién va a hacer justicia? Nada ha cambiado, pero algo cambió. Soy libre. Soy independiente. Dirijo mi vida.

No hay nada que celebrar hoy, pero estamos vivas. Voy a seguir haciendo mi parte. Hombres conscientes del mundo dejen de sentirse aludidos. El tema no es contra ustedes.

 

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