Sólo Dios ama en Viernes Santo

Por: Alejandro Fitzmaurice

 

Ya no recuerdo si alguien me lo contó o lo leí en algún lado, pero aparentemente los primeros mayas que fueron atrapados por los frailes franciscanos para recibir a la fuerza las aguas del bautismo, se atacaban de la risa con el relato de un Dios omnipotente que se hacía hombre para morir en cruz por nuestros pecados.

Por supuesto, no lo hacían con malicia. Si se toma en cuenta que aquellas sociedades eran tremendamente jerarquizadas en buena medida debido a una religión politeísta de rasgos opresores, es fácil entender por qué esa historia nomás no les cabía en la cabeza a nuestros ancestros prehispánicos.

¿El amo y señor de todo lo creado, el dueño de los vientos, los días y los años humillándose y dejándose ultrajar por nosotros, pequeñas creaturas? Desde esa perspectiva, estaban en todo el derecho de carcajearse hasta que les doliera la mandíbula.

Lo único cierto en todo este asunto es que pocos eventos en la historia de la Humanidad han tenido tanta trascendencia como la muerte de Jesucristo en la cruz.

Por ello, si algún respetuoso reclamo pudiese hacerse a los cuatro evangelistas  —Mateo, Marcos, Lucas y Juan— es no haber ofrecido más detalles en torno a ese trágico episodio, que es, al menos para quienes creemos, la más alta cumbre del amor divino hacia el ser humano.

Escribo esto y me es imposible no acordarme de distintas vivencias ocurridas en este día de silencios a través de las pascuas juveniles y misiones en las que tuve el privilegio de participar.

Recuerdo, por ejemplo, el viacrucis viviente en el CUM, organizado por el hoy presbítero Jorge Martínez Ruz, en el que nos hizo tirarle lodo a un cuadro de Jesús o ponernos piedritas en el zapato y caminar entre estaciones. Hasta la fecha, sigo agradeciendo lo mucho que esa actividad me hizo entender el recorrido del Dios hecho hombre hacia el Gólgota hace más de dos mil años.

Tampoco olvido el regaño que me puso el padre Bacelis (q.e.p.d), a quien sigo adorando, cuando al año siguiente se me ocurrió la estupidez de romper aquel cuadro de los maristas nomás por subirle de tono a la hermosa actividad ideada por Jorge.

No obstante, una de las muestras de fe en viernes santo que más me han impactado la atestigüé en Valladolid.

Éramos cientos los congregados aquella tarde en el convento de Fray Bernandino de Siena. Finalizaban los oficios cuando el sacerdote, medio molesto, advirtió, con buenos argumentos teológicos, que la comunión era lo más importante de aquel momento.

Al principio, me extrañó la dureza, pero después, cuando la gente se arremolinó en torno a una cruz grande con el Cristo clavado, entendí sus razones, aunque sin poder evitar pensar que incluso Dios, allá en la eternidad, también estaba emocionado con aquella muestra de auténticos creyentes: los niños se quedaban cabizbajos y tristes de la mano de sus madres, mientras éstas besaban el cuerpo y le pasaban hojas de ruda para curarle las llagas, la herida en el costado que la lanza del romano provocó. Incluso los varones, más reservados por naturaleza, pedían perdón en voz baja y le besaban el rostro diciéndole, con toda la inocencia, que no se preocupara porque ya el sábado por la noche iba a resucitar…

Un Dios se hace hombre para morir en cruz y perdonar los pecados. Hay que subirse al ring de la razón y noquearla hasta hacerla sangrar para creerlo con el corazón. No es tarea fácil. Lo digo sobre todo por mí. Incluso a muchos escépticos, a la fecha, puede provocarles risa el acontecimiento.

En parte se entiende: esa clase de amor no es de este mundo.

 

Uayma, Yucatán. Abril de 2017 

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