“Dos amores fundaron dos ciudades, es a saber: la terrena el amor propio hasta llegar a menospreciar a Dios, la celestial el amor a Dios hasta llegar al desprecio del sí propio” estas son las palabras con las cuales inicia el libro De Civitate Dei (Ciudad de Dios) de San Agustín de Hipona.
Que coincide con la explicación de las parábolas del Reino de Dios que nos enseña Jesucristo, “el Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra” (Marcos 4, 26.), San Agustín terminó de escribir su libro en el año 416 d. de C., en este libro realiza una apología del cristianismo.
“Las dos ciudades, en efecto, se encuentran mezcladas y confundidas en esta vida terrestre, hasta que las separe el juicio final: La primera puso su gloria en sí misma, y la segunda, en el Señor; porque la una busca el honor y la gloria de los hombres, y la otra estima por suma gloria a Dios, testigo de su conciencia; aquélla, estribando en su vanagloria, ensalza su cabeza”.
¿Por qué menciono estos textos? La respuesta es sencilla la sociedad sigue en esa encrucijada, en elegir lo que ordena los sanos principios de la naturaleza y el Creador o darle la espalda a Dios y su ley, como ha sucedido esta semana en la hermana república de Argentina.
Los medios de información han difundido como un triunfo que la Cámara de Diputados ha aprobado la iniciativa de ley, donde se despenaliza el aborto, con 129 votos a favor y 125 en contra. Los analistas liberales aplauden y gritan con entusiasmo: “El machismo está en retroceso, el matrimonio homosexual se ha normalizado y el aborto libre parece hoy posible en el país del papa Francisco. Los jefes de los dos bloques mayoritarios en la Cámara Baja anticiparon que se aprobará. “Habrá un efecto imparable y la ley va a salir del Senado”, declaró el peronista Miguel Pichetto al diario Clarín”.
Al respecto dice Bruno M (bloguero católico): “entre el alborozo generalizado, se aprueba la matanza de niños inocentes en el santuario que Dios creó para ellos y en el que Él mismo quiso habitar durante nueve meses. Y que esa destrucción despiadada de lo más profundo del ser de la mujer se hace en nombre del bien de las mujeres, de la misericordia con sus sufrimientos, y es acogida con júbilo por las mismas desdichadas a las que se les arranca brutalmente su dignidad. Y que la gran mayoría de los sucesores de los Apóstoles, sin sangre en las venas, se callan o hablan muy bajito para que nadie los oiga, porque lo que importa es la democracia, la modernidad y ser tolerantes”.
Queramos o no queramos cada individuo pertenece a una de estas ciudades, ya sea la Babilonia, ciudad de confusión, secular, liberal o la de Dios donde se quiere que reine la paz de Cristo, ¿a cuál queremos pertenecer?, algo más para reflexionar.
Texto: Roberto Dorantes