Efecto retardado

La próxima semana concluye el período de intercampaña, por lo que los partidos y sus ya candidatos deben preparar las armas que usarán para salir con todo a la batalla que inicia el próximo 30 de marzo y que culminará el domingo 1 de julio.

Y lo primero que salta a la vista para reflexionar sobre la importancia que ha tenido este supuesto receso electoral, es que no ha sido tal. Durante esta etapa, los actores políticos han dedicado sus esfuerzos a seguir abonando al proyecto político que defenderán en las fechas siguientes, aunque algunos con más tino que otros. Sobre todo, si damos cuenta de que algunos actores parecían empezar la precampaña con todas las ventajas del mundo y que hoy parecen nadar a contracorriente para mantenerla.

Sin embargo, por más que los golpes, las fricciones, las rupturas y los reacomodos que han ocurrido en días recientes parezcan ya haber concluido, y que ello siente en los partidos la sensación de que cualquier efecto negativo ya habrá dejado ver todas sus consecuencias, resulta importante señalar que algunas consecuencias se verán con efecto retardado.

Durante las elecciones generales de 2012, compitieron por Yucatán las fórmulas de candidatos al Senado compuestas por Angélica Araujo Lara y Felipe Cervera Hernández, del PRI, y Daniel Ávila Ruiz y Rosa Adriana Díaz Lizama, del PAN. Como todos saben, el triunfo terminó del lado de la fórmula panista.

Pero lo interesante del caso es que, mientras que la elección para gobernador fue ganada por el PRI con holgura, la elección de Senadores (en la que igualmente participan los votantes de todo el estado) resultó en una dolorosa derrota para el priismo que obligó a Felipe Cervera a refugiarse en la Secretaría de Desarrollo Rural durante tres años.

Las razones detrás de esa derrota son varias, pero la que todos recuerdan y ponen de ejemplo es la más obvia: la figura de Angélica Araujo, que recientemente había abandonado el Ayuntamiento de Mérida y que cargaba consigo el estigma del Paso Deprimido y los golpes en la Glorieta de la Paz del 4 de julio, más la mala imagen de la propia candidata frente al priismo y la sombra de la entonces gobernadora, Ivonne Ortega Pacheco, hicieron lo suyo para que no toda la estructura de militantes y simpatizantes del PRI le fuera leal al partido en esa elección particular.

La lección que queda de aquella experiencia es una que no todos los partidos parecen haber comprendido en su momento, y que al parecer siguen sin comprender hoy: que las elecciones ya no se ganan con el emblema del partido, pues la estructura de movilización del voto, que alguna vez fue mecánicamente leal a lo que le exigieran y ordenaran, tiene ahora capacidad para rebelarse y hasta para votar en contra de su mismo instituto político.

Para esta elección de 2018, tanto en el PRI como en el PAN existen ejemplos de cómo el proceso de selección de las candidaturas ha favorecido a las cuotas de las corrientes o grupos que tienen el control de ambos partidos en el estado de Yucatán, relegando a otros actores con semejantes aspiraciones. Algo que podría llevar a que se reedite la anécdota que hemos contado aquí.

Por Juan Pablo Galicia

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