El amor a través de los años

Los chaperones, las horas de visita, en muchos casos bajo la supervisión de la futura suegra, además de las tradicionales serenatas, los chocolates y las rosas son cosas que van quedando en el pasado, por lo que le invitamos a conocer algunas de las costumbres y formalismos que giraban en torno al noviazgo en el Yucatán del ayer.

Una de las costumbres que se tenía en el puerto de Progreso, y en la mayoría de las poblaciones, era el tradicional paseo que la gente realizaba alrededor del parque principal durante las retretas dominicales, de las que don Romeo Frías Bobadilla escribió en su obra “En el Cráter Porteño”, que comenzaban a las ocho de la noche y finalizaban a las 22 horas.

“En la parte central giraban dos círculos en sentidos opuestos, uno era el de muchachas que caminaba hacia la izquierda y el otro de muchachos o caballeros que avanzaba en sentido contrario, a la derecha, de tal manera que todos se veían cuando daban la vuelta”, escribió el desaparecido cronista, quien en esa misma obra recuerda cómo las parejas acudían a los bailes que se organizaban en fechas especiales del año y a las que el acceso solo era posible con rigurosa invitación.

“A la entrada se repartían unas libretitas con su pequeño lápiz, en ellas aparecía la lista de piezas que tocaría la orquesta para que se apuntara a quién se le concedía bailar, pero cuando eran novios cruzaban todas las hojas para bailar juntos toda la noche”, relataba.

De estos bailes que se ofrecían en el Centro Español o en la Unión Juvenil, los organizadores entraban justo a las 12 de la noche para darle el brazo a las mamás de las bailadoras para llevarlas a unas mesas dispuestas en la terraza y obsequiarlas con un vaso de leche y sus sándwiches, esto como agradecimiento por llevar a sus hijas a bailar y para compensar la mala noche. A las dos se tocaban las dianas y terminaba el evento.

Y cuando la chica se escapaba de casa con su galán, se seguía un formulismo social de honor, ya que los papás de la “palomita” acudían a hablar con el presidente municipal para avisarle de lo ocurrido y cuando era localizada, la depositaban en la casa de personas más respetables de la población, y en muchos de los casos era el propio munícipe quien los elegía, mientras el galán juntaba su dinero para casarse con todas las de ley.

Cuando los papás de la novia consideraban que ya era un tiempo considerable, se le notificaba al alcalde para ir juntos a la casa donde estaba depositada la niña y de allá junto con el novio, se dirigían directo al Registro Civil.

“Así se hacía y por ello los matrimonios duraban mucho tiempo: serio, respetable y amarrado con auténticos lazos del amor”, decía el inolvidable don Romeo Frías Bobadilla.

Texto: Manuel Pool Moguel
Fotos: Cortesía

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