El conflicto bioético

Por Mario Barghomz

Ante una crisis, sea del tipo que sea, el hombre ha tenido siempre que ser creativo, sensible, inteligente y perceptivo. El ser inteligente es ser audaz, pero también prudente al observar todo aquello que pueda ser utilizado, investigado y probado antes de abrir la puerta de salida. La historia humana nos habla de una humanidad siempre en conflicto, en lucha, en cambio constante a través del tiempo, pero siempre en permanencia. Desde el neandertal más antiguo hasta el homosapiens moderno; el hombre de una u otra manera ha contado con la virtud de su ingenio (que tomó del templo mismo de los dioses según el mito prometeico) para sobrevivir en una tierra a veces hostil y difícil.
¿A qué nos enfrentamos hoy, cuál es el conflicto; en qué punto y dónde debemos ser prudentes, inteligentes y sensibles para resolver la amenaza de esta pandemia? De acuerdo a las autoridades médicas, a la serie de medidas y todas las disposiciones posibles, nos encontramos en la etapa más delicada (etapa 3) de esta crisis de salud pública.
Tan delicado es que ya se habla de un “Triage” (o triaje) aplicado ya en algunas ciudades de Europa como España y Francia que lo mantienen vigente dentro de sus códigos bioéticos, y que básicamente se refiere a un criterio de selección de pacientes con síntomas de la enfermedad, ante la demanda de una capacidad insuficiente por parte de nuestros hospitales y los espacios habilitados dispuestos para ello, la carencia de medicamentos, herramientas de rehabilitación y la insuficiencia también de personal médico.
El término “triage” es un neologismo de origen francés que a su vez se deriva de la palabra “trier”, que literalmente significa separar, escoger, clasificar; éste naturalmente escandaliza cuando se trata de cuestiones humanas (pacientes y enfermos) bajo el amparo de nuestra conciencia ética.
El triage –dice su definición más amplia- es prácticamente una clasificación en un proceso que permite hacer una mejor gestión ante un riesgo clínico, para poder manejar adecuadamente y con seguridad los flujos de pacientes cuando la demanda y las necesidades sanitarias de una población (como en este caso pandémico) superan los recursos dispuestos para atenderlas. En su escala de clasificación, naturalmente el triage contempla atender al paciente “más urgente”; no al más guapo, al más joven, al más rico o al empático, más viejito o más pobre, sino al que se encuentre en una situación de riesgo vital, es decir, de vida o muerte inminente de acuerdo al juicio ético.
¿Pero qué pasa cuando la realidad supera cualquier ley o pronóstico? Que yo recuerde, desde el fin de nuestra revolución en 1910-1920, en la que murieron según los datos estadísticos entre uno y dos millones de mexicanos; o la Guerra Cristera posterior (1926-1929) en donde perdieron la vida más de 80 mil, exentando por supuesto los dos grandes terremotos de la Ciudad de México (1957 / 1985), en donde murieron, sin contar los heridos que también requirieron de asistencia médica urgente, más de 20 mil personas, México no había atravesado por una situación sanitaria de tal magnitud.
¿Pero cómo se entiende desde la parte bioética la aplicación del triage en el momento mismo de una selección de pacientes en un caso masivo de “reanimación” o “emergencia”, o en la elección arbitraria (también) del exceso de casos simplemente “urgentes”? La gran pregunta aquí es: ¿A quién salvo? ¿A quién atender primero si solo hay diez respiradores y son treinta los moribundos?
¿A quién salvaríamos? Ejemplo de caso: Dos hombres. Uno tiene 29 años, es hijo de un empresario; aunque tiene una licenciatura en ingeniería de sistemas, nunca ha ejercido porque no tiene necesidad de hacerlo. Su vida la ha dedicado a viajar por todo el mundo, hacer fiestas con sus amigos y disfrutar del dinero que no le niega su padre. El otro es un hombre de 64 años, aunque parece más joven desde su edad orgánica. Es maestro jubilado de música pero sigue dando clases particulares, a veces sin cobrar por ello. Es miembro de la orquesta sinfónica de su ciudad donde toca el chelo.
¿A quién salvamos?

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