EL EDITORIAL

Las mujeres se dejan oír, se dejan escuchar… Claman por justicia, por mejores condiciones, por detener la agresión brutal hacia ellas… El hartazgo ante la impunidad y la indiferencia, sobre todo de quienes recibieron el voto y ahora encumbrados ejercen el poder sin vacilaciones, se hace presente más que nunca.

A una sola voz en todo el orbe exigen un alto a la violencia hacia ellas. Se manifiestan en las redes sociales, en las calles de las principales ciudades de este ya convulsionado planeta.

Si bien, y hay que reconocerlo, años, ¿siglos?, de lucha por el reconocimiento de sus derechos, han tenido como consecuencia incluir la erradicación de la violencia de género en las agendas nacionales e internacionales.

Así, no pocos países tienen leyes contra la violencia doméstica, las agresiones sexuales y otras formas de violencia… pero los desafíos, el incumplimiento, la impunidad, el desinterés, son lastres que ciertos grupos se niegan a soltar en aras de su conveniencia y en grave detrimento a la mujer.

Entendámoslo bien: La violencia contra mujeres y niñas constituye una violación grave de los derechos humanos. Las consecuencias son físicas, sexuales, psicológicas y mortales. Impide, inhibe el bienestar de las mujeres y su plena participación e inclusión en las sociedades, con, ¿es necesario recordarlo?, graves costos para las familias, comunidades y países.

Apelamos a nuestro estimado lector a la reflexión sobre este tema del cual nadie es ajeno y sí por el contrario exige soluciones de todos.

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