“El empalador que quizás nunca fue”


Por Manuel Alejandro Escoffié

Es difícil no dar por sentado que el escritor irlandés Abraham “Bram” Stoker adoptó cómo modelo de inspiración para el personaje homónimo de su legendaria novela “Drácula” (1897) a un príncipe y guerrero rumano del Siglo XV conocido como Vlad “El Empalador”. Sobre todo, si se tiene como referencia a la adaptación cinematográfica y gótico – romántica de los años noventa por cortesía de Francis Ford Coppola (Bram Stoker´s Drácula, 1992); la cual puede que haya contribuido más que ninguna otra versión a consolidar en el imaginario popular la noción del Drácula literario y el Drácula histórico como uno mismo. Pero, ¿hasta qué punto es una teoría tan atractiva como la que hoy nos ocupa una teoría sostenible a la vez? ¿Dónde termina la certeza y comienza la especulación?

Comencemos por el nombre. “Drácula” es, desde luego, el mítico conde transilvano concebido por la imaginación de Stoker. Pero también hace alusión a otro nombre que, según documentación disponible, el autor pudo haber leído por primera vez en una copia del “Informe de los Principados de Valaquia y Moldavia” por William Wilkinson, libro con el que se topó mientras vacacionaba en 1890. De acuerdo con aquel texto, el nombre se deriva del rumano “Dracul”, que traducido significa “Demonio”. Cuando se le agrega la letra “a” para indicar descendencia, da como resultado “Hijo del Demonio”. Pero lo que Wilkinson no aclara de manera concreta es que “Drácula” figura igualmente como el apodo que Vlad III, príncipe de Valaquia (Rumania) entre 1456 y 1462, heredó de su padre y que se traduce más bien como “Dragón”; relativo a una homónima orden cristiana a la que éste había pertenecido. Y he aquí la pistola humeante: ni una página de la novela, las notas de trabajo de Stoker para la misma o sus diarios personales mencionan contundentemente a Vlad III, a la orden del “Dragón”, a su padre, o inclusive su afición por el empalamiento que le otorgó su siniestro mote.

¿Por qué eligió Stoker el nombre de “Drácula”? Me inclino a pensar que quizás debido a la supuesta naturaleza satánica del apodo y no a un conocimiento de su contexto histórico. ¿Y cómo pudo una suposición tan frágilmente cimentada adquirir el status de una verdad por consenso? Sencillo. Las notas que Stoker redactó durante la gestación de la novela fueron vendidas en 1912 tras su muerte y recuperadas hasta 1972. Durante ese tiempo, su ausencia dio lugar a coloridas especulaciones en torno a sus motivos para bautizar al personaje: muchas de las cuales acabaron siendo asumidas por círculos académicos, productores de cine (te hablo a ti, Coppola), e incluso por la industria turística de Rumania, que en últimas décadas se ha visto tristemente obligada a explotarlas para sobrevivir.

Tanto Drácula como Vlad III son iconos terroríficos, complejos y culturalmente inmortales; cada uno por derecho propio. Al insistir en simplificarlos mediante una equivalencia más conveniente que creíble no les estamos haciendo ningún favor.

 

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