El hoyo más profundo de la frustración

Jhonny Eyder Euán
jhonny_ee@hotmail.com

Hace unos días un senador propuso que la jornada laboral de las y los mexicanos sea de seis horas diarias y no de ocho. Según el argumento presentado, con este cambio se garantizarían condiciones dignas de vida y se fomentaría el descanso para incentivar la creatividad, productividad e innovación en los centros de trabajo.

Después de leer la noticia en un periódico digital me quedé pensando en lo que sería trabajar menos tiempo cada día. No niego la ilusión que surgió en mí, aunque también fui pesimista al recordar el lugar donde vivo.

Creo que todos los mexicanos, muy en el fondo, odiamos vivir en este país. Lo detestamos por su deficiencia en rubros como la educación, calidad de vida, seguridad; pero sobre todo lo aborrecemos por lo retrasado que es en cuestiones de trabajo.

Mientras que en lugares como Nueva Zelanda, Reino Unido, España o Japón hay semanas laborales de cuatro días, aquí apenas está en veremos conseguir una jornada diaria de seis horas. México es uno de los países de América Latina en los que más se trabaja, un dato nada decoroso que solo refleja la falta de bienestar con la que vivimos muchos.

De acuerdo a lo que leí, en enero pasado otra senadora propuso algo similar a la iniciativa que hoy se volvió tema de conversación en mi trabajo, el sitio al que con mucho pesar tengo que ir porque no tengo de otra.

Lo digo con mucho cansancio. Soy uno más de los mexicanos que está harto del rezago laboral que impera en cada rincón de la República Mexicana. Por eso es que no sé si ilusionarme con la idea de laborar solo seis horas al día, o entender que eso difícilmente será una realidad.

A diario tengo que pasar dos horas en el transporte público para llegar a tiempo a la fábrica donde trabajo como obrero. Después del largo viaje, cumplo con ocho, nueve y hasta diez horas de trabajo, para que luego solo dos más me separen de mi casa.

Trato de volver lo más rápido posible porque mi familia me necesita. Me necesita mi madre que perdió la vista y no puede valerse por sí misma. Le hago falta a mis hijos que casi no me conocen y dudan al decirme «papá». También me necesita mi esposa, a quien siempre encuentro dormida en la habitación por lo tarde de mi llegada.

Ojalá sea posible que solo tengamos que pasar seis horas en el trabajo. Me ayudaría a convivir más con mis seres queridos y hasta tendría un poco de tiempo para mí. Retomaría el hábito de leer e incluso podría caminar en un parque para desestresarme.

Realmente quiero pensar que se podrá lo que propone el senador, porque de lo contrario muchos seguiremos igual que siempre, hundidos en el hoyo más profundo de la frustración.