El Yucatán de antes

Claroscuro

 

¿Ha visto el lector la cantidad de gente que hoy podemos ver en la calle en vehículos con placas de otras entidades? Yucatán ha sido durante decenios un imán para muchas iniciativas, pero ciertamente la migración hacia este destino se acentuó en los últimos años por la inseguridad que se vive en muchas ciudades del norte y del centro del país.

Esa inseguridad no puede llegar a Yucatán con quienes viene de fuera, no debe suceder. Sin embargo, evitarlo tampoco es un tema menor  ni sencillo.

Los asaltos a mano armada que no eran común denominador de esta zona se han convertido en nota frecuente en los principales periódicos: asalto a un hotel, a una bodega de leche, a una bodega de pepino de mar en Progreso y así podríamos seguir con la lista de sitios en los que la violencia armada ha hecho su aparición.

Pocas cosas son tan efectivas para la prevención que denunciar todo lo que se vea en la calle, avisar si hay gente armada, vehículos estacionados con gente dentro por horas sin moverse de algún sitio.

Hace unos meses un reporte ciudadano logró la aprehensión de un secuestrador, en una plaza cerca de Francisco de Montejo. Nunca será excesivo que haya mucha vigilancia: la soledad y el abandono provocan mayores problemas y precisamente por ello es indispensable que haya una campaña para retirar vehículos abandonados en la vía pública, una campaña para que todos registremos los vehículos y una revisión ardua y completa de quienes entran a la entidad.

El tamaño de la capital yucateca no puede ni debe provocar que se relaje la vigilancia o que se inhiba la acción policiaca, pero tampoco debe dejar de verse que mientras más grande sea una ciudad más compleja es su vigilancia y más complicada podría ser la convivencia si quienes la habitamos no aprendemos a ser un poco más tolerantes y evitamos que nos invada la xenofobia.

El Yucatán de antes ya no regresará, pero el Yucatán del futuro estamos construyéndolo y hay varios puntos que no puede dejar de ver la autoridad sobre todo en la zona sur de la capital y sus barrios tradicionales. Hay abandonos graves y serios después de la calle 65 y cosas atroces en la vera del periférico que nunca antes fueron visibles quizá porque no existían de esa manera y aunque son el precio del crecimiento de una urbe, no debemos de acostumbrarnos a ello y sí encontrar el camino para resarcir el daño social.

El gobierno en funciones, municipal y estatal, tienen la obligación moral y legal de revertir ese deterioro que ya se siente en algunas de las zonas más marginales de la capital y qué decir de las comunidades rurales de todo el Estado.

Empleo y crecimiento económico no son suficientes sino se logra revertir lo que sucede no sólo en el interior del Estado sino también en áreas muy definidas de esta capital que acentúan la desigualdad y esa es la que genera la violencia y la delincuencia.

Empecemos en casa y demos lo mejor de cada uno a nuestro prójimo próximo.

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