Electrocutando a Alexa

Carlos Hornelas
carlos.hornelas@gmail.com

Estamos viviendo, hoy más que nunca, la “dictadura de los datos”, como la nombra Brittany Kaiser en un libro con este título, protagonista del documental “Nada es privado” de Netflix.

Las súper computadoras de los gigantes informáticos recopilan cada vez más información sobre nosotros a través de los “servicios gratuitos” que dicen proveer a la población en general.

Se trata de sendas tareas de vigilancia que se acumulan en cantidades ingentes de datos cuyas estadísticas pueden relacionarse a partir de un poder de cálculo que solo fue posible hasta hace un lustro.

Por vigilancia se entiende la empresa de recolección contínua, sistemática y acumulativa de datos (no exclusivamente imágenes) sobre una persona en específico, para la construcción de un determinado perfil, es decir, de poder predecir sus próximos movimientos o conductas de acuerdo con las tendencias estadísticas que han ocurrido en el pasado.

Por ejemplo, sugerir que una persona que escuche en Amazon Music a los Smiths difícilmente recibirá una propuesta de escuchar a los Doors porque tendencialmente, estadísticamente hablando, las dos opciones son en la mayor cantidad de las ocasiones, excluyentes entre sí.

Es decir que si, nos atenemos exclusivamente a la certeza estadística, la probabilidad de que aquello ocurra lo coloca fuera de la norma: lo califica como “anormal”. Pero esta calificación solo es producto de los datos como tales y los cruces entre variables que hacen paquetes de análisis estadísticos para encontrar correlaciones entre dichas variables que a veces son difíciles de explicar.

Por ejemplo, en un estudio en Estados Unidos se llegó a determinar una correlación entre quienes tienen un alto coeficiente intelectual y el gusto por las papas fritas en espiral. Lo cual no quiere decir que quienes gustan de ese tipo de papas sean unos genios sino que hay una coincidencia entre esas dos variables, que puede deberse a una moda entre ese sector de la población, por ejemplo.

La cantidad de cruces de datos y de comprobación de dichas tendencias estadísticas se vuelve más estable cuanta mayor información como materia prima se obtenga para poder hacer las operaciones correspondientes, no obstante, se necesita una mente humana, para leer dichos datos e interpretarlos.

La semana pasada, una niña le pidió a Alexa, la asistente virtual, a través de un dispositivo de Amazon Echo que le dijera una reto para que ella lo realizara. De sus bases de datos y de la información a la que tiene acceso, Alexa rápidamente calculó, de entre lo que pudo recuperar de las redes sociales y algunos otros foros a los que tiene acceso, un desafío que pudiera sugerir a la niña.

El reto que le sugirió, literalmente fue “Enchufa un cargador de teléfono hasta la mitad en un tomacorriente de pared, luego toca con un centavo las clavijas expuestas”. Esta respuesta es la resultante de la labor de “análisis” que Alexa hizo sobre la cantidad ingente de datos circulantes en la red.

Así como Alexa puede dar este tipo de soluciones, que están a constante escrutinio y ajuste de quienes recopilan la información, cabe preguntarnos, ¿cuánta información pone a nuestra disposición tanto Alexa, como el resto de los gigantes informáticos en detrimento de otras para que nosotros con base en ello podamos decidir sobre cualquier cosa?

La máquina podrá calcular, pero no nos engañemos, aún no puede suplantar la ética de nuestras decisiones. Dejemos de endiosarnos con la inteligencia artificial o las soluciones que nos propone Alexa, que no tiene más que datos, pero que aun no puede entenderlos.

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.