Carlos Hornelas
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En verano es cuando se estrenan las películas cinematográficas más esperadas, y las que logran mayor recaudación. Tradicionalmente, los grandes estudios planean sus movimientos y operaciones con base en el ingreso de taquilla de esta temporada.
No obstante, este año la promoción de estrenos, entrevistas, apariciones en televisión o en eventos especiales se han visto interrumpidas por la huelga de actores iniciada hace unos cuantos días, y que se suma a la de los guionistas y escritores que ya estaba en curso.
La industria del entretenimiento, particularmente, la audiovisual en línea, llamada streaming, tuvo un crecimiento estratosférico durante la pandemia a causa de la demanda por contenidos durante el confinamiento.
En ese período, los suscriptores aumentaron estrepitosamente en las plataformas ya existentes, también surgieron otras plataformas diversas e independientes, que colocaron en la oferta del entretenimiento nuevas opciones.
El uso extensivo de los dispositivos móviles como tabletas y teléfonos inteligentes, así como el incremento de las actividades en línea, desde la educación hasta las compras, propiciaron un mayor consumo de estos productos.
La constante demanda por novedades en este universo se ha hecho una regla que ha impuesto un ritmo acelerado para la producción, con todo lo que esto significa en términos de largas jornadas, explotación y pauperización de las condiciones de trabajo en una de las industrias más redituables a nivel mundial.
Las grandes compañías de streaming ahora ocupan el lugar que antes tenía la poderosa industria de la televisión en el ecosistema de la comunicación social. No obstante, las grandes inversiones en producciones originales, la celeridad de su realización y la reducción de los ciclos de novedad de los contenidos ha replanteado su modelo de negocio al punto que Netflix, por ejemplo, ha buscado la manera de incluir anuncios comerciales durante la reproducción de su catálogo e incluso ha ido en pos de la eliminación de cuentas compartidas.
El mercado de las plataformas se extendió a escala universal y con ello, a mercados que no habían sido considerados en un inicio. Una de las demandas de los guionistas y actores se refiere a que, con tal nivel de crecimiento y ganancias, se revalore el monto de los pagos residuales que con motivo de autoría, como de reproducción reciben unos y otros cada vez que se pone en un nuevo mercado el catálogo de producciones en las que han contribuido, como parte de lo que consideran una remuneración justa y adecuada a la nueva realidad del mercado.
Otra de las demandas tiene que ver con la forma de integrar a la inteligencia artificial dentro de los procesos de producción, puesto que los avances actuales permitirían por ejemplo prescindir del trabajo de guionistas si ya se cuenta con modelos predictivos de lenguaje que con ciertas instrucciones pudieran completar ciertas tareas sin recibir pago alguno ni por su autoría ni por el pago residual correspondiente a la reproducción de las obras en las cuales hayan intervenido.
Lo mismo sucede con los actores, desde los dobles de acción y riesgo, hasta los extras quienes podrían ser sustituidos por sus correspondientes versiones digitalizadas sin recibir un solo centavo. Como industria la cosa no para allí, sin actores no se requiere transporte para el personal ni comida para las locaciones, ni elaboración de escenografía, ni vestuario, ni luces ni cámaras y aquellos lugares tan lejanos como los países asiáticos cerrarían sus servicios de post producción. La situación obliga a pensar otros escenarios.