La cercanía nunca había sido tan lejana

Por Santiago Pell

Durante mucho tiempo, el español David Ferrer fue considerado como el tenista número uno de los mortales. Con gran palmarés pero sin haber logrado ganar un Grand Slam. Tuvo que lidiar, probablemente, contra la mejor generación de este deporte en la historia (Big Three, Murray, Wawrinka, Del Potro, etc).

Lo más cerca que el alicantino estuvo de conquistar un torneo major fue en 2013. Un excelente año para él, ya que, además de terminar como número tres del mundo, el solemne certamen parisino lo invitaba a ganar, estaba en la final de Roland Garros. Su propósito de romper la barrera de las semifinales por fin se concretó.

En ese 2013, Ferrer vivía el mejor momento de su carrera, con un Novak Djokovic crecido y un Roger Federer en horas bajas; éste era su momento. El camino hacia la final no pudo ser más contundente, sin perder ni un solo set en seis encuentros previos (Marinko Matosevic, Montañés, F. López, Kevin Anderson, Robredo y Tsonga). El Gladiador resumía sus sentimientos: “me siento muy bien, muy contento. Estar en la final de Roland Garros es un sueño, lo más importante de mi vida”.

Recordaremos aquel domingo 9 de junio de 2013 como la vez cuando David estuvo muy cerca de congraciarse un grande. La vez que representó un tenis magnífico, brillante, oportunista, inteligente y casi perfecto; desafortunadamente para él, se topó en la final con el peor rival posible: el rey de la arcilla, Rafael Nadal.

No había mucho que hacer. Un gigante campeón de siete Roland Garros – y totalmente decidido a ganar su octavo –, poco le dejaría de juego al principal de esta historia. Ese mismo año, el de Jávea ya había caído ante el manacorí en los cuartos de final de torneos con superficie de arcilla: Madrid y Roma.

Con cuatro años más y mucha menos experiencia, Ferrer cayó bruscamente ante su compatriota por sets corridos (3-6, 2-6 y 3-6) en dos horas y 17 minutos de juego. De esa forma, Nadal conquistaba su Grand Slam número 12 mientras que el sueño de Ferrer se desvanecía, sabía que probablemente esa tarde en París, iba a ser su único chance de llegar a una final de este calibre y así fue.

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