Imagina que te asaltan con este argumento: “La Iglesia está obsesionada con el sexo: sexo prematrimonial, divorcio, anticoncepción, homosexualidad…
¿Por qué no se calla de una vez?”
¿Cuál sería tu defensa?
Que la Iglesia no está obsesionada con el sexo. Es nuestra cultura la que lo está.
La Iglesia ha permanecido constante en sus enseñanzas sobre la sexualidad. Propone la sencilla y hermosa idea de que Dios diseñó a los hombres para expresar su sexualidad en el matrimonio: el vínculo entre hombre y mujer para toda la vida, orientado al bien de los esposos y a la procreación y educación de los niños.
Pero nuestra cultura ha experimentado cambios dramáticos. En los últimos cien años hemos visto un enorme aumento de los divorcios y de las madres solteras, la “revolución sexual” de los años sesenta, la difusión del uso de anticonceptivos, el aborto, el crecimiento explosivo de la pornografía por medio de internet y el “matrimonio” homosexual.
Lo que ha cambiado no es la Iglesia, sino la sociedad, que se ha obsesionado con el sexo y con el libertinaje sexual.
Esto sería una buena razón para que la Iglesia incrementase su predicación sobre el sexo: hablar de los problemas actuales y ayudar a la sociedad a encontrar la sanación que necesita. Sin embargo, cualquiera que asista a misa sabe que sólo muy raras veces se oye hablar de sexo desde el púlpito. Como mucho, solo breves comentarios y alusiones ocasionales.
Esto sugiere que la acusación de que la Iglesia está “obsesionada” con el sexo se debe a otra cosa: a la conciencia intranquila de quienes practican el libertinaje sexual.
Dicen los Proverbios (28, 1) que el culpable “huye cuando nadie le persigue”, y es lo que está sucediendo en este caso. Quienes se enredan en pecados sexuales saben que están violando la visión cristiana de la sexualidad humana
y creen que en la Iglesia hay continuas y estruendosas condenas de lo que hacen.
Pero no es así. El mensaje de la Iglesia es mucho más amplio, pero puede parecer que se insiste desproporcionadamente en ese aspecto cuando una persona está en conflicto con la visión cristiana. Esto implica el riesgo de que se pierda completamente el mensaje de la Iglesia.
La Iglesia no está interesada en decirle a la gente que “no”, sino en ayudarles a encontrar la felicidad. La verdad es que vivir según los designios de Dios para la sexualidad humana nos permitirá encontrar la felicidad a largo plazo en una forma en que los placeres momentáneos no lo harán. La Iglesia proclama la verdad sobre la sexualidad desde el amor y la preocupación por los demás.