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Entre la clase blanca del sur de los Estados Unidos —afirma Anthony Giddens en su ya clásico libro “Sociología”— corría la creencia de que los hombres afroamericanos, los negros, pues, eran bestias sexuales con penes insaciables y deseos irrefrenables. Por ende, eran una amenaza permanente contra la virtud de las mujeres blancas.

El supuesto, evidentemente, era mentira, una que los propios hombres blancos se encargaban de propagar sin ningún tipo de fundamento. De acuerdo con Giddens, la razón de esta farsa reside un acto llamado transferencia: un sector genera un chivo expiatorio —los negros en este caso— para descargar ansiedades, odios pendientes, rencores vivos.

“En la transferencia —afirma el mismo teórico— los sentimientos de hostilidad o cólera se dirigen contra otros objetos que no son el origen real de esas ansiedades”. ¿Por qué aquellos blancos propagaban esa infamia? Por la rigidez del enamoramiento en su contexto social. “El acceso sexual a las mujeres blancas estaba limitado por la naturaleza formal del cortejo”.

Así, una mujer foránea cuestiona, y hasta se burla, sí, de un mucbilpollo de dudosa calidad, para que las redes sociales estallen, sin medida, en mentadas de madre, absurdos desgarramientos de vestiduras y hasta amenazas de muerte.

El caso, sin duda, es para el análisis, y uno más profundo que éste: somos los primeros en celebrar nuestra calidez como sociedad, pero a la primera “agresión” sacamos las garras, exigimos sacar en filita a quien no es como nosotros y llamamos a dar muerte al diferente, al quien no pertenece al terruño, al huach, el maldito huach.

En ese sentido, los memes han sido justos. Destaco el que utiliza a la turba con antorchas de Los Simpsons para describir lo que ocurrió ayer en las redes sociales. No obstante, vale la pena releer a Giddens y ensayar autocrítica. Asumir, por lo menos un segundo, que los yucatecos no somos perfectos y que la voz del pueblo no siempre es la voz de Dios. Explorar en nuestros adentros, hurgar en nuestros rencores vivos, escarbar en nuestras ansiedades y reconocer qué demonio nos posee cuando alguien escribe en Facebook: “Que ching… a su madre y que la saquen ya que por personas así, preferimos que sólo haya gente yucateca en Mérida y los demás que vayan a chin… a su madre para otro lado”.

¿Qué hay detrás nuestros chivos expiatorios? ¿Qué se esconde en nuestras transferencias? ¿Qué demonio nos susurra al oído cuando encendemos la antorcha y empezamos a quemar todo lo bueno que somos?

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