En los tiempos de la posverdad, término que refiere a la distorsión deliberada de la realidad para influir en otros, existe la percepción de que cada opinión es un hecho, una certeza irrenunciable, una verdad.
No obstante, si se lleva a cabo una revisión rápida de las redes sociales —templos de la libre opinión— es posible comprobar que, aunque existen discusiones serias e inteligencia, abundan también enfrentamientos nutridos por argumentos desinformados, viscerales o destructivos, unidos todos bajo la creencia absoluta de que la opinión por ser sagrada es verdadera, lo cual es a todas luces una mentira.
Así, aunque ciertamente todo mundo tiene derecho a brindar una opinión y a expresarse sin sufrir ningún tipo de presión o amenaza, queda claro que no todas las opiniones —las desinformadas, las viscerales, las destructivas— deben ser tomadas en cuenta en temas tan trascendentes como el del matrimonio igualitario.
La inclusión de comentarios de la sociedad para debatir este tema a través de un micrositio —medida aprobada ayer por el Congreso local— parece una solución que difícilmente permitirá un debate de altura para tan importante asunto.
Por el contrario, el recurso de parlamento abierto, ya sea en comisiones o en el pleno, incluyendo a activistas y expertos de las dos posturas que hay en torno a las uniones homosexuales, hubiese encendido ánimos, sí, pero también hubiese obligado a la exposición seria de argumentos en un espacio que impone respeto y solemnidad.
Será importante prestar atención a la dinámica y reglas que tendrá el micrositio escogido por el Estado, a fin de saber si será un reflejo del caos opinativo de las redes sociales o si, por el contrario, será el escenario de un auténtico debate con argumentos bajo criterios legales, judiciales o éticos que respeten el carácter laico del Estado mexicano.
Sin embargo, ayer el Congreso perdió la oportunidad de generar un debate más inclusivo, formal y competitivo, el tipo de espacios que no parecen abundar en los tiempos de Facebook.
