Distraigo el tema de mi opinión sobre la sororidad –compromiso contraído hace una semana–, porque ha ocurrido un hecho lamentable y violento que a todos debe ponernos a reflexionar –de preferencia– para luego opinar sobre el mismo: una mujer, nuevamente, fue agredida en plena vía pública en nuestra apacible ciudad.
El hecho es por sí mismo repudiable –ni una semana se ha cumplido de los pronunciamientos contra violencia hacia las mujeres–, se hizo público cuando la víctima de la agresión informó en redes sociales que un hombre la había agredido con un objeto punzocortante, la autoridad municipal intervino y habrá que conocer motivo y consecuencias. Es fundamental esclarecer el móvil.
Lo que he descrito en el párrafo anterior es un suceso violento que hasta, donde se sabe, no tuvo repercusiones de salud física en la mujer agredida, el objeto utilizado no penetró la piel, pero el suceso sí va más allá de su costado lastimado, pues llega hasta el núcleo de la polémica desatada: la mujer, tiene nombre y apellidos, es la doctora Sandra Peniche Quintal, presidenta de Servicios Humanitarios en Salud Sexual y Reproductiva.
El primer cuestionamiento es ¿tendrá algo qué ver su labor profesional con lo ocurrido, hubo algún insulto o consigna verbal? Estemos de acuerdo o no con lo que hace, el desempeño como médico es legal. Nada demerita el hecho de que se trata de un ciudadano violentado, se trata de una mujer agredida.
También en redes hemos conocido que días previos a la agresión, la doctora Peniche decidió exhibir una maqueta en su camioneta. Es una obra plástica, atención con esto, es una imagen no figurativa, no fotográfica ni literal de lo que representa: una vulva.
Sin embargo, la obra tiene proporciones, colores y encuadre elegidos de tal modo que podrían evocar -de hecho, evocaron- una semejanza con otra imagen de un contexto de esencia religiosa. El significado ocurre en el observador quien completa la significación a partir de los pocos elementos visuales, combinados con los vastos elementos culturales previos.
El segundo y más delicado cuestionamiento es ¿tendrá algo que ver la agresión física a la doctora Peniche con su obra exhibida (su expresión hecha maqueta). También en días previos a la agresión física, por redes la doctora dio a conocer la intimidación policial de la que fue objeto para retirar la maqueta, toda vez que “algunas personas se quejaron”, dijeron los policías que, finalmente, no tuvieron más argumentos para retirar la maqueta (expresión). A la libre expresión de la doctora, se contraponen las expresiones de mujeres católicas que rezan frente a su clínica. También sus oraciones son libres.
En el diario acontecer de esta apacible ciudad de Mérida, hay tantos temas para opinar, como personas en la calle. La libertad de expresar nuestra opinión acerca de lo que queramos, con libertad y sin censura, es un Derecho Humano consagrado en nuestras leyes, ni más ni menos. Por lo general pensamos antes de opinar, pero no es condición indispensable; lo que sí estipula claramente nuestra Carta Magna es:
“Artículo 6o. La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, la vida privada o los derechos de terceros, provoque algún delito, o perturbe el orden público; el derecho de réplica será ejercido en los términos dispuestos por la ley.”
En mi personal opinión, siendo católica y guadalupana, la obra de la doctora Peniche no me ofende; sí me ofende –y mucho– que un ciudadano sea herido con un objeto punzocortante en plena calle, y más todavía si esa persona es una mujer. Queda la interrogante ¿qué es un ataque a la moral? ¿Cuándo intervendrá la autoridad?
Por Carmen Garay