La vida después del capitalismo

Por Sergio Aguilar

La certeza del futuro y la incertidumbre del pasado es la condición sine qua non del mundo que nos tocó vivir. Esta certeza alcanza su cénit en el mayor problema para la humanidad: la crisis ecológica. Es, en todos los sentidos, el problema más urgente de todos, pues de no resolverse, literalmente, ya no habrá problema alguno por resolver.

Es tan radical la situación que, precisamente en su radical extremo, nos es imposible pensar una escapatoria, así que aceptamos la destrucción sin mayor miramiento ni detenimiento. Como siempre, el cine nos provee una ventana para comprender el problema de aceptar la “lenta cancelación del futuro”, para usar una frase de Mark Fisher. Dos ejemplos vienen a la mente al respecto.

“La tierra sin humanos”, el primero de ellos, pone en consideración, a través de científicos, ingenieros y biólogos, lo que sucedería con la Tierra si todos los humanos en ella desaparecieran. No hay una explicación ni especulación sobre esta extinción masiva, sino lo que pasaría con edificios, fábricas, ciudades, temperatura, ambiente y animales tras 1 día, 1 semana, 1 mes, 1 año, 1 siglo o milenios de nuestra partida súbita y sin dejar rastro.

Todas estas predicciones tienen un fundamento científico: las bombas de energía auxiliar de plantas nucleares resistirían hasta cierto punto, causando una inevitable explosión al no tener mantenimiento. En otros casos, hay incluso un fundamento empírico: una visita a Chernobyl para revisar cómo la vegetación y animales se apropian del lugar a pesar de la radiación que aún se registra es un vistazo de cómo podrían lucir las ciudades unas cuantas décadas después de que ya no estemos.

En el último capítulo, el narrador explica que estas suposiciones demuestran que el planeta puede sobrevivir sin nosotros, y en varios aspectos, le iría mucho mejor que no estuviéramos: nos invita a aceptar nuestra situación parasitaria.

Mientras que esta invitación al suicidio pasa desapercibida, considérese la serie documental “Así se hace”, donde cada capítulo es dedicado a relatar el proceso de producción de una mercancía, desde un bate de béisbol hasta la mantequilla. Aquí el suicidio se consuma, y las herramientas del análisis de cine nos permiten ver el cómo: casi no hay tomas donde aparezcan personas usando o fabricando esos productos. Es decir, tal pareciera que las fábricas de todo tipo han terminado en lo que el cuento de Ray Bradbury, “Vendrán lluvias suaves”, ya presagiaba: la humanidad se ha aniquilado mutuamente por la guerra, y aún así, el capitalismo ha logrado sobrevivir, en un ciclo idiota de producción infinita.

Lo que estas series demuestran es la necesidad de desestabilizar al proceso de producción capitalista, que es, debo decirlo de nuevo, la raíz de los graves problemas de la humanidad. El hecho de que podamos prever el futuro con tanta seguridad (el año 2050 será el punto de quiebre, etc.), nos provoca un aletargamiento terrible, donde no tenemos los elementos para recuperarnos de la catástrofe.

La necesidad de reincorporar la incertidumbre en el mañana parece ir en contra del desarrollo tecnológico. Pero este desarrollo es el resultado del capitalismo que está destruyendo el planeta. Quizá con el fin de la incertidumbre pueda venir el fin del capitalismo. ¿Habrá vida después? Nunca antes quise tanto tirar unos dados.

 

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