Legalizar la amapola

Desde marzo, el gobernador de Guerrero, Héctor Astudillo, ha venido pidiendo la legalización de la amapola con fines medicinales para reducir la violencia en el estado y revertir que cientos de comunidades que no tienen otras opciones para sobrevivir, vivan dentro de la ley al cultivar la planta que produce 50 por ciento de toda la amapola mexicana que inunda el insaciable mercado en Estados Unidos. Los gritos de Astudillo, finalmente, han sido escuchados. Los gabinetes social y de seguridad del gobierno federal, tienen en estudio la propuesta. Que la medida lleve a una reducción de la violencia es todavía una proposición teórica. Que la legalización de la amapola regule el mercado, también. La iniciativa, en cualquier caso, es una primera acción que rompe con simulaciones absurdas. México es el principal exportador de heroína a Estados Unidos y la mitad de ella sale de siete municipios en la sierra de Guerrero: Cocula, que es el centro nervioso del comercio ilegal de la heroína por ser la puerta de salida de la droga; Cuetzala del Progreso, Chilapa, Eduardo Neri, Huitzuco, Iguala y Teloloapan, donde se encuentran en guerra por la disputa de los cultivos y las rutas de distribución las bandas criminales Guerreros Unidos, La Familia Michoacana y Los Rojos. La región es altamente conflictiva. La desaparición de los normalistas de Ayotzinapa en septiembre de 2014 socializó la conflictividad y violencia en la región, que se venía dando tiempo antes y que no se detuvo tras el crimen. “Guerrero está sembrado de muertos”, dijo un ex alto funcionario federal que conoce perfectamente la problemática. La búsqueda de los normalistas ha llevado al descubrimiento de decenas de fosas clandestinas con cientos de personas a las que nadie ha reclamado. Los hermanos Benítez Palacios, quienes se encuentran en el
centro de la violencia contra los normalistas, operaban un lavado de autos en Iguala llamado Los Peques, que de día hacía el trabajo normal y de noche era un matadero donde descuartizaban a sus enemigos. Inclusive, meses después de la desaparición de los normalistas, seguía funcionando como un hoyo para el crimen. En medio de toda la violencia derivada del control de los cultivos y el trasiego de la heroína, cientos de campesinos trabajan en los cultivos de la amapola. Por cada hectárea sembrada, de acuerdo con las estimaciones, salen ocho kilogramos de goma de opio que producen un kilo de heroína del tipo black tar, que no es pura y representa riesgos para la salud, pero que consumen en forma creciente en zonas perfectamente establecidas en Estados Unidos: del río Mississippi, que atraviesa desde Minnesota, en la frontera con Canadá, hasta Nueva Orléans en el Golfo de México, hasta la costa Oeste. Hacia el Este del río, el mercado lo dominan los colombianos, aunque están perdiendo terreno con los mexicanos. De acuerdo con el reporte sobre las amenazas de drogas de la DEA, en 2014 se sembraron 17 mil hectáreas de heroína en México, que equivalen a unas 29 mil canchas de futbol. El 50 por ciento se encuentra en la sierra y Tierra Caliente de Guerrero, donde la ganancia anual neta del negocio se calcula en más de 38 mil millones de pesos. Según el comisario ejidal de Filo de Caballos, Arturo Torres, cuya comunidad cercana a Arcelia, en Tierra Caliente, realizó una protesta masiva en Chilpancingo hace menos de dos semanas, que incluía en sus demandas la legalización de la amapola, de su siembra viven 50 mil personas en mil 280 comunidades de la sierra de Guerrero. Esto significa, de acuerdo con el exsecretario de Desarrollo Rural de Guerrero, Rigoberto Acosta, que 90 por ciento de las
familias en la sierra tengan relación directa con la siembra y producción. La heroína que sale de los siete municipios de Guerrero aún no ha sido detectada como una de las grandes rutas de trasiego de esa droga en el mundo, como los corredores talibanes en Afganistán o la de los Balcanes en Europa, pero en Estados Unidos hay preocupación creciente porque de 2008 a 2014, la importación de esa droga procedente de México subió 39 por ciento. La alerta añade inquietud porque, como reveló el último reporte de las Naciones Unidas sobre drogas, la erradicación de la amapola cayó 7.0 por ciento en 2013, comparado con el año previo, al tiempo que los decomisos en Estados Unidos se elevaron en el mismo periodo. La suma de esas dos variables llevará a un problema más para el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, a quien comienzan a espetar con la misma pregunta: ¿por qué dejaron de erradicar los cultivos? La respuesta que nunca dará la confió hace tiempo un general mexicano. “Si erradicamos –dijo–, ¿de qué van a vivir los campesinos?”. La respuesta implica gobernabilidad. El costo de dejar que cultiven se les transfiere a los consumidores estadounidenses; el costo de erradicar, conducirá a conflictos sociales y caldo de cultivo para las guerrillas. El beneficio de no hacerlo, es mayor que el costo de estar bien con el mundo. Funcionarios federales coinciden en la parte social. En Guerrero, dijo una alta funcionaria, se encuentra el porcentaje más alto del medio millón de mexicanos que viven en la mayor pobreza y marginación, con hambre y desesperación. El análisis social tiene que entretejerse con el de la seguridad. ¿Es cierto que se reduciría la violencia? No se sabe con certeza. Pero lo que sí se sabe es que no hay nada peor que no hacer nada.

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